Por José Ángel Solorio Martínez
Lo que pudo ser un domingo de lujo y festejos para el PRIAN, no lo fue; lo echó a perder la candidata, Xóchitl Gálvez, al tener una participación poco afortunada en el tercero y último debate presidencial. Cuando todo era alegría, algarabía, felicidad y hasta seguridad en la victoria contra una #esClaudia, que creían sepultada por una marea rosa, todo se derrumbó; el resto apostado por las élites, para evitar la continuidad de la IV T, sirvió para maldita la cosa.
Los jefes de la marea rosa, y su principal promovida Lady Gelatinas, se quedaron de a seis, por el desempeño de la que creían ya estaba cincha en la silla presidencial.
No pudo la ingeniera-inversionista.
La científica, se impuso a la empresaria.
Hasta el rostro le cambió a la prianista.
No fue la gordita –con cariño para que no se ofendan– jacarandosa de los primeros dos debates; para nada. Este domingo, telegrafió a sus seguidores su fracaso presidencial. Ni la caminata con la marea rosa, le sirvió para amacizar su confianza ante una aspirante Sheinbaum, blindada por su temple ganado en los espacios áulicos y las herramientas epistemológicas: nomás vio pasar los obuses de una angustiada y desesperada Xóchitl ante la ineficacia de su artillería.
Ocurrió, justo lo que suele pasar en los debates: el puntero se esfuerza por mantener sus ventajas; el segundo lugar trabaja para desbancar al primero y el tercero y los subsiguientes, operan para subir, ante la realidad que estadísticamente los pone en ventaja: no tienen nada que perder y sí mucho que ganar.
Claudia, se mostró magistral.
Xóchitl, se exhibió con graves debilidades para conectar la palabra con el pensamiento.
Máynez, ganó algunos puntitos –se infiere: a costa de robárselos a la panista–, con un discurso tan fácil como irreal.
Justo, de esa forma se acomodaron los resultados: #esClaudia, amarrada en primer sitio; Xóchitl en segundo puesto, para agobio de los X e impotencia de los mareados rosas que son una delicia verlos a pleno sol gritando, emulando un cacerolismo clasemediero importado de las calles chilenas; y un candidato emeceísta, en tercer puesto que a pesar de su sonrisa forzada logró atemorizar al prianismo y a la derecha más recalcitrante del país.
Llama la atención, los números del debate. Por una razón: son casi los mismos dígitos que los sondeos dan a campo abierto.
Es decir: el posicionamiento ciudadano, es claro: ya tiene decidido su voto; y se colige, los debates sólo hacen endurecer su postura: quienes van a votar por Sheinbaum, la vieron ganar en todos los debates; los que votarán a Xóchitl percibieron su triunfo en cada confrontación y aquellos que están con Máynez, aseguran ganó los tres encuentros retóricos.
El gran error del panismo y su candidata, fue mostrar anticipadamente sus cartas. Ubicarse como enemigos de las políticas sociales del presidente, Andrés Manuel López Obrador, en forma abierta y categórica, no fue la mejor estrategia. Ese discurso, iba directamente al corazón de la clase media y alta; no al sentimiento de las inmensas mayorías mexicanas que viven –algunos sobreviven– en la franja del proletariado –de los pobres, dirán aquellos que abominan la categorización del profeta Marx–.
Buena parte de la clase media, cree que las élites son sus salvadoras, porque sus prosperidades –de los potentados– los jalarán hacia arriba en la pirámide social. Grande contradicción: justo la clase dominante, los tiene al borde del proletariado valiéndole madre su ascenso y sus anhelos de clasemedieros que se asumen como camajanes
Sheinbaum, buscó a quienes deciden en este país: los millones de ciudadanos desprotegidos, que somos la inmensa mayoría de mexicanos.
Xóchitl, trató de seducir al señor X y sus aliados; agradar, al gobierno de USA y hasta enamorar a las derechas hispanoamericanas.
Cómo si ellos votaran en nuestras comunidades.
Por eso, y por otras vicisitudes de la historia, voy con Claudia Sheinbaum.