Por Pegaso
¿Cuál era el instrumento más importante para la educación de niños y jóvenes? ¿Las tablas de multiplicar? ¿Los libros de texto? ¿Los catecismos de los domingos? ¿Los consejos de la abuelita?
¡Nooooooo! Después de un sesudo análisis, el Equipo de Investigaciones Especiales de Pegaso (EIEP) llegó a la conclusión de que el instrumento más valioso e importante para la educación era la humilde chancla de mamá.
Viendo desde acá, desde la estratósfera, cómo han cambiado los tiempos y que ahora son los chamacos los que gritan, regañan y pedorrean a los padres, considero sumamente necesario que retorne por sus fueros la milagrosa chancla.
Antes sólo bastaba con que nuestras amadas y dulces cabecitas de algodón nos mostraran la chancla en la mano para portarnos como monaguillos de parroquia.
De aquellos buenos tiempos surgían generaciones de hombres trabajadores, temerosos de la ley; por el contrario, desde que dejó de usarse la bendita chancla, todo se descompuso, y ahora los güercos prefieren estar jugando los videojuegos violentos o irse de marucheros para sentirse muy hombrecitos.
Nuestras madres eran consumadas sicólogas y tenían todo un repertorio, aparte de la chancla, para convencernos de que debíamos ir a los mandados y portarnos bien.
Recogí en Internet algunas de las frases más frecuentes que nos decían nuestras jefecitas de antes:
-Vas a ver, cuando venga tu papá.
-¿Quién crees que lava la ropa?
-Si lo busco y lo encuentro, ¿qué te hago?
-Tú no te mandas solo.
-¡Y no metas las manos, porque te va peor!
-Un día me voy a ir de la casa, a ver qué hacen sin mí.
-Aquí no es restaurante.
-¿Creen que soy su sirvienta?
Nuestra jechu (contracción de jefecita chula), eran abnegadas mujercitas, pero nadie me va a negar que tenían un carácter de la re’ingada. Y teníamos que obedecer lo que nos decía, de lo contrario, venía la chancla a estamparse en nuestras tiernas e infantiles nalgas.
Por cierto, llega El Molacho a su casa, cansado de trabajar en el taller y encuentra a su Jechu sentada en una humilde silla.
-MI Jechu, traigo un chorro de hambre.
-¡Ay, Molachito! Sólo puedo ofrecerte una tacita de té.
-Bueno, deme la tacita de té, mi cabecita de algodón.
La Jechu le da la tacita de té y El Molacho, después del primer sorbo se queda pensativo, como queriendo hallarle el sabor.
-¿De qué es este té, mi Jechu?
-Del zacatito que crece en la banqueta, es que no había para comprar manzanilla, Molachito,-contesta la viejecita.
¡Esas eran las abnegadas y sufridas madres de antes!
Termino con el refrán estilo Pegaso que dice: «Progenitora sólo existe una». (Madre sólo hay una).