Por Pegaso
Dos acontecimientos, dos, han llamado mi atención en los últimos días.
Luego de mis andanzas vespertinas allá, sobre la estratósfera, sufriendo el calorón que nos dejó la canícula, me puse a revisar los más recientes memes, videos virales y top trendings del día. ¿Y qué me voy encontrando? ¡Al pelón Salinas bailando cadenciosamente la canción «Tiburón, tinburón» que hiciera famosa Mike Laure por la década de los setentas!
No es que el ex presidente espurio no tenga todo el derecho de hacer lo que le de su rechinada gana, sino que cada una de sus apariciones en público es como un mal augurio para México.
Hemos tenido gasolinazos, aprobación de impopulares reformas, minidevaluaciones y hasta terremotos, y cada una de estas calamidades es precedida por una esporádica fotografía o video del gnomo maligno.
Esta vez se descosió bailando guapachoso ritmo.
En una pachanga equis, vestido con pantalón caqui y camisa azul, el más odiado de los ex mandatarios se avienta sus pasitos domingueros y hace un quiebre de cadera muy a la cantinflé.
El segundo evento de trascendental importancia para el devenir histórico de nuestro país ocurrió ayer lunes por la mañana, durante el Sexto y afortunadamente último Informe de Gobierno de Enrique Peña Nieto.
Angélica Rivera, esposa del mandatario y los hijos de Quiquín, Paulina, Sofía, Alejandro, Fernanda, Nicol y Regina estuvieron presentes en una de las primeras filas, allá, en Palacio Nacional, soltando tremendas lágrimas de cocodrilo.
Paulina, la hija mayor, nacida en pañales de seda, es recordada por todos los mexicanos por aquel mensaje en Twitter donde defiende a su progenitor de todos los «pendejos» y de toda la «prole» que lo criticaban.
Angélica Rivera no es tan conocida por sus moconovelas, como La Dueña (1995), La Pícara Soñadora (1981), Mi Pequeña Soledad (1990), Simplemente María (1989), Dulce Desafío (1988) y Destilando Amor (2007), de donde le viene el apodo de «La Gaviota», sino por su desafortunado intento de justificar lo injustificable, cuando apareció en la tele en horario estelar diciendo que la llamada Casa Blanca, ubicada en la calle Sierra Gorda número 150, del exclusivo fraccionamiento Las Lomas, en la Ciudad de México, había sido construido con unos ahorritos que hizo cuando fue cotizada actriz.
Esta familia llegó incluso a considerarse como una especie de nobleza, donde veían como plebeyos a todos los que estuvieran por abajo de un subsecretario de Estado.
No acostumbro hacer críticas en contra de las mujeres porque merecen todo mi respeto por el simple hecho de serlo, pero estas #LadiesLloronas realmente me sacaron de quicio con sus lágrimas de cocodrilo.
Mejor quédense con el refrán estilo Pegaso que dice así: «A discapacidad motriz de can y lacrimación de fémina, es imposible dar credibilidad». (En cojera de perro y lágrimas de mujer, no hay que creer).