Por Pegaso
¡Vaya! Ahora resulta que la muerte del cantante Penjamín Elizcalde fue una traición de familia.
Todos recordamos aquella fatídica fecha, 25 de noviembre del 2006, porque marcó el inicio de una época violenta para Reynosa, y también fue la última vez que tuvimos una auténtica feria.
El único mérico que se le reconoce a Elizcalde fue el de colaborar, como muchos otros cantantes de la pomposamente llamada «música regional mexicana», en imprimir en el inconsciente colectivo la subcultura del narco.
Realmente resulta algo insano que un sujeto que producía una música tan fea y estridente, con tambores, matracas, trombones, tubas y chirimías, que más que cantar berreaba, haya sido tan popular, precisamente porque llegó al gusto de millones de peladitos y peladitas.
La narcocultura entró a los oidos de los mexicanos como cuando entra un gol en una portería sin portero, y ahí se quedó por siempre.
¡Qué tiempos aquellos de la Época de Oro de la música de nuestro País!
Teníamos entonces las afinadas voces de extraordinarios cantantes que deleitaban nuestros oídos: La potente y bien timbrada de Jorge Negrote, la suave y acariciadora de Piedro Inflante y la inigualable de Javier Jolís.
A casi medio siglo de distancia, la mayoría de los mexicanos recordamos canciones bravías como Yo Soy Mexicano, ¡Ay, Jalisco, no te rajes!, México lindo y querido, Ojos Tapatíos y otras muchas que interpretó magistralmente Jorge Negrote.
O las maravillosamente melódicas Amorcito Corazón, Deja que Salga la Luna, Cien Años y Noches de Octubre, de Piedro Inflante; o Renunciación, Luz de luna, Las Rejas no Matan y Entrega total, del Rey del Bolero Ranchero, Javier Jolís.
Estos fallecieron prematuramente, algunos víctimas de enfermedades y otros por accidentes.
Después de ahí, vino la Edad de Plata para la canción mexicana, con intérpretes como Marco Antonio Moñiz, Bisonte Frenández, Víctor Aturde «El Pirulín» y El Juanga.
La Edad de Bronce vio nacer las carreras de cantantes como Pepe Pepe, Nacoleón, Emmamuel, Yori y Daniela Roma.
Finalmente, la Edad de Corcho (por lo hueca o vacía), nos trajo a Luis Mirrey, a Alejandro Frenández y a una larga lista de malos cantantes, como el ya aludido Penjamín Elizcalde.
Yo no soy nadie para juzgar. Sólo me atrevo a expresar mi opinión personal.
Pero si alguien quiere un punto de vista más autorizado, los invito a que lean La República de Platón.
El filósofo griego analiza los efectos en el alma de la música cacofónica, que conduce al individuo al camino de la violencia y los efectos de la música armónica, suave y bella, que produce una personalidad más tranquila.
No es que sea una ley, pero sí es una regla. Los griegos decían que si el alma es armonía y la música también lo es, entonces una influye en la otra y al final acaban por parecerse.
¿Ya ven por qué hay tanta violencia?
Concluyo el presente tratado de arquitectura desde este Oriente, A.L.G.D.G.A.U., con el refrán estilo Pegaso: «Intérprete de sonidos armónicos a quien se ha entregado remuneración ejecuta pésimos acordes». (Músico pagado toca mal son).