Por Pegaso
La guerra que les declaró a los mañosos el Pejidente está llegando a su punto álgido.
De unos días para acá, ha aumentado la intensidad de los combates.
El Jefe de las Fuerzas Armadas del País ya no se conforma con pedirles que se porten bien, que escuchen a sus mamacitas, sino que ahora los espeta con terribles dicterios que causan gran impacto, como «¡Fúchila!» o «¡Guácala!»
Y por supuesto, los malos han respondido con una batería de respuestas igualmente folclóricas, tales como: «¡Lero lero! Soy de palo. Tengo orejas de caballo», o «¡Botellita de Jerez, todo lo que digas, será al revés!
Esta guerra, cabe mencionar, es muy diferente a la que en su momento declaró el «Comandante Borolas», Felipe Calderón Hinojosa.
El chaparrín ex presidente sacó a las calles al Ejército, pero resultó peor, porque los cárteles se dividieron y se expandieron por todo el país, como cuando alguien pisa un hormiguero y en lugar de acabar con él, los insectos se van a otro lugar y hacer más hormigueros, hasta llenar todo el terreno.
Ya en serio. Parece que la filosofía de AMLO se limita a pensar que no se puede combatir el fuego con el fuego, o la violencia con más violencia.
Me atrevo a decir que ese modelo de pensamiento lo traslada a otros aspectos de la vida nacional, ahora que está en el poder. Por ejemplo, si alguien le pregunta por qué no hay medicamentos en los hospitales públicos, el Pejidente tendrá la siguiente respuesta: «Ej que no podemoj combatir la enfermedad con medijinaj». Si van campesinos a manifestarse a Palacio Nacional y a exigir más apoyos al campo dirá: «Ej que no je puede produjir máj con apoyoj al campo». Si se trata de reclamar por el subejercicio y la falta de inversión pública, expresará: «Ej que loj problemaj de México no je rejuelven con dinero».
Hay personas que piensan que, en lugar de un líder político, López Obrador se ha convertido en un líder religioso, y ahora hasta aparece en los actos públicos con un rosario colgado en el pescuezo.
Sin llegar a los extremos que en su tiempo llegó el Gobierno de China, que ordenó hacer juicio sumario con cuanto delincuente se toparan los soldados y policías, en México debe crearse un proyecto integral que incluya, sí, la persecución de los delincuentes, pero también una ingeniería de reeducación de la población.
También, por supuesto, obviamente, mejorar mucho más los ingresos familiares, porque lo de subir el salario mínimo no ha hecho ni hará la diferencia.
En Estados Unidos el trabajador más jodido gana diez veces más que uno de México. En países europeos la diferencia es aún mucho mayor.
Entonces, no es apapachando a los mañosos y dándoles consejitos como se va a acabar esto, sino utilizando la experiencia y la inteligencia.
Llame López Obrador a los ancianos para que le proporcionen sabios y útiles consejos; incluya en su gabinete a los verdaderos especialistas en seguridad pública, educación, deporte y demás disciplinas; convoque a los genios y prodigios, cuyo IQ podría generar nuevas y valiosas ideas.
Como decía el ex presidente Kennedy: «Para ser buen gobernante hay que rodearse de personas más inteligentes que uno».
No debemos irnos al extremo de los chinos, pero tampoco ser tan blandengues contra quienes atentan todos los días, a todas horas y en cualquier lugar contra la población civil de nuestro país.
Por eso, aquí nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: «Ni en demasía que pueda provocar combustión en la persona canonizada, ni tan carente que cese de brindarle iluminación». (Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre).