Por Pegaso
Cuando éramos chavales, en el barrio nos encantaba jugar a “Declaro la guerra”, una actividad que consistía en dibujar un círculo conde se escribían los nombres de algunos países del mundo.
Uno se colocaba en medio del círculo y todos ponían un pie en el borde para que el de en medio empezara a declamar: “Declaro, declaro, declaro la guerra en contra de… ¡Inglaterra!”
Y todos los de afuera salían corriendo para llegar a la mayor distancia posible.
Luego, el que declaraba la guerra intentaba atrapar al país escogido, que no podía moverse hasta que estaba más o menos a la mitad de la distancia.
Eso es lo que yo recuerdo de aquellos años mozos. Podrá haber variaciones, pero en esencia, de eso se trataba el mentado juego.
Ayer por la mañana me decía mi amigo Juanito que las últimas noticias internacionales se refieren a un posible preparativo de guerra en el área de Europa del Este, donde Rusia pretende invadir un territorio de Ucrania, en tanto que los Estados Unidos empiezan a enviar tropas a la región para contener el avance de los cosacos.
Y por otro lado, los rusos empiezan a dirigir la mirada hacia América Latina, donde muy posiblemente también repercuta un eventual conflicto armado.
Y me decía mi cuate que, por ejemplo, en Ucrania los ciudadanos comunes y corrientes ya se estaban preparando para la guerra, según se muestra en algunos videos donde se van al monte con fusiles de salva para jugar una especie de “gotcha” entre los pinos y la nieve.
En estos días también ha sido noticia el llamado “reloj del fin del mundo”, un símbolo que representa la cercanía o lejanía de una catástrofe global, como, precisamente, una gran guerra, un cataclismo, un cometa, una invasión zombi o yo qué sé.
Un grupo de científicos se reúne, en ocasión de la amenaza de algún conflicto como el que está en ciernes, y se ponen de acuerdo a ver cuánto falta para las doce de la noche que es, se supone, la hora del fin del mundo.
A la fecha, estamos a 100 segundos del final, es decir, un poco más de dos minutos y medio.
Y luego Isael “El Catrín” Castillo agregó que en Gringolandia, como todos están re locos, desde hace mucho tiempo existe un grupo de gente conocida como “los preppers”, es decir, los que se preparan para una guerra mundial.
En sus casas han construido búnkers, túneles secretos y depósitos donde guardan latería, comida y enseres que serán indispensables para la supervivencia de ellos y sus familias.
Cada vez hay más “preppers” en el vecino país del norte, donde también existe una arraigada cultura del armamentismo.
Cada familia puede tener el arma que quiera, siempre y cuando sea ciudadano americano y esté en pleno ejercicio de sus derechos. Desde una resortera, hasta un acorazado de bolsillo, si es que puede pagarlo.
Yo les decía: “Lo bueno es que el Presidente de Rusia es Putín, ¡que si fuera machín, ya hubiera aventado cien bombas atómicas!”
Pero esto no se trata de un juego como aquel de nuestra lejana infancia.
Se trata de conflictos internacionales de muy difícil resolución. Hará falta un trabajo muy fino de diplomacia para hacer que las potencias no entren en conflicto y de paso nos lleven al resto del mundo entre las patas.
Por eso, aquí los dejo con el refrán estilo Pegaso: “En el conflicto bélico y en el trance amoroso todo es lícito”. (En la guerra y en el amor todo se vale).