Por Pegaso
El síndrome de Tourette es cuando una persona dice palabras altisonantes de manera compulsiva.
Cualquier majadero que tengamos como vecino, como compañero de clase o de trabajo, puede padecer este síndrome.
El chiste es que lo haga sin poderlo controlar, como si de un tic se tratase.
Viene a colación esta definición porque ayer, al volar sobre la plaza principal Miguel Hidalgo, donde la doctora Maki celebraba el Día de la Familia, pude ver cuán grande es el amor de los padres por los hijos, cómo los mayores subían a los pequeños a los vehículos militares para tomarles una foto, cómo los llevaban hasta los juegos para que le atinaran a los bolos o metieran la canica en el hoyito.
De verdad fue un evento familiar y de gran ambiente. Los párvulos se divirtieron como enanos y los orgullosos progenitores tenían una sonrisa de oreja a oreja. Y todos pasaron horas de solaz y esparcimiento.
No quiero pensar que lo que vi ayer en la plaza sea sólo la golondrina que hace verano. Me gustaría que en todos los hogares existiera una hermosa armonía, que los chiquillos obedezcan a sus padres, que no se pasen todo el día en el chat, o mirando el celular, que se dirijan a ellos con expresiones de aprecio, como en la época de nuestros abuelitos, cuando llegaba el papá e inmediatamente los hijos corrían a darle la bienvenida con un beso en la mano y una frase parecida a esta: “Buenas tardes, padre mío”.
No digo que en todas las casas, pero ahora cuando llega el papá, en lugar de saludarlo ni lo pelan, porque los chavos están absorbidos en la pantalla de su celular cotorreando con los cuates.
Lo malo de todo este divorcio generacional es que, cada vez más, noto que el síndrome de Tourette está alcanzando a nuestros jóvenes.
Encantadoras niñitas de preescolar hablando como adultos y diciendo palabras que harían sonrojar al más vulgar carretonero.
Y esa es una realidad palpable. Si alguien lo duda, lo invito a que escuche una conversación de jovencitos sin que ellos se den cuenta. Conocerán el amplio repertorio de palabras que antes se consideraban tabú, que utilizan nuestros hijos e hijas.
Pero no se escandalicen, padres de familia. En este espacio voy a proponer una solución.
Llamen a sus engendros y díganles que serán multados por cada mala palabra que pronuncien, como lo hizo la maestra Gaby Rojas en el salón de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Tamaulipeca. Amenácelos con quitarles la mesada o esconderles el celular si persisten en su verborrea soez.
Propóngale la siguiente lista de frases que pueden sustituir con creces las majaderías que pronuncian a cada tres segundos y verá cómo, en un abrir y cerrar de ojos, volverán a ser los niños cariñosos y bien hablados de antes.
1.- Si se molestan con alguien, es menester dirigirse a esa persona con un: “Provoca un daño a tu cortesana progenitora”.
2.- Cuando un chico desee ofender con epíteto homofóbico a un compañerito: “Posees las características de un individuo homosexual”.
3.- Es mejor decir “Procede a retirarte al miembro viril”, que expresar la frase más usada por el vulgo mexicano para manifestar nuestro desprecio por otro u otra.
4.- Para insinuar que alguien es culero, se puede decir: “Posees las características de un individuo que gusta del esfínter anal”.
5.- En lugar de “no mames” o “no manches”, se debe decir: “Abstente de succionar” o “Evita causar mácula”.
6.- Cuando queremos decir que otro es arrojado, no hay más que dirigirnos a él con la siguiente frase: “Eres un macho cabrío”.
7.- Se escucha mejor decir: “No hay flatulancia” que “No hay pedo”.
¿Ya ven? Se pueden obtener los mismos resultados con palabras socialmente más aceptables, aprobadas por la Real Academia de la Lengua Española.
La opción B sería volver a las prácticas que antes utilizaban nuestras amadas cabecitas de algodón, cuando sus hijos decían alguna majadería: Les quemaban el hocico.
Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “¿Y con tal cavidad bucal ingieres tus alimentos?” (¿Y con esa boca comes?)