Por Pegaso
Me declaro un Pegaso feminista. Fui concebido por una mujer, me casé con una mujer, tengo una hija mujer y muchas de mis compañeras periodistas, a las que quiero y admiro, son mujeres.
Pero además, soy muy chapado a la antigua.
Me gusta aquella canción de Roberto Carlos que dice: Yo soy de esos amantes a la antigua/ que suelen todavía mandar flores./ De aquellos que en el pecho aún abrigan/ recuerdos de románticos amores./ Yo soy aquel amante apasionado/ que aún usa fantasía en sus amores/ que gusta contemplar la madrugada/ soñando entre los brazos de su amada. / Yo simplemente, soy de esa clase…/ (Nota de la redacción: Aquí tuvimos que editarle porque el columnista se aventó toda la canción).
El hombre -y mi Pegasita no me dejará mentir-, debe abrirle la puerta del auto a la dama, apartarle un poco la silla de la mesa para que se siente, invitarla a comer o a cenar y pagar la cuenta, llevarle flores cuando menos se lo espere, ser detallista.
La mujer, por su parte, debe ser delicada, tener algo de ingenuidad y candor, pero sobre todo, dejarse consentir.
Ese es el meollo del amor romántico.
Por eso. Por eso me molestan ciertas actitudes de los grupos llamados “feministas”.
Sí, las mujeres, como todos los demás miembros de la sociedad, tienen derecho a exigir que se les respete, que se castigue a los violadores y asesinos, y si es necesario salir a la calle. Hacerlo, pero con orden y respeto.
No estoy de acuerdo en que vandalicen negocios, como lo hacen las feminazis de la Capital del País.
Aquí no son feminazis, pero en alguna ocasión sí han pintarrajeado monumentos.
Pero lo peor no es eso, sino la mentalidad que han tomado y que en ocasiones se sale de todo límite.
De entrada, consideran al hombre como un enemigo. Todos somos violadores o feminicidas potenciales. Como si tener pene fuera sinónimo de maldad.
El machismo y el patriarcado para ellas son la misma cosa.
El feminismo radical, también llamado ultrafeminismo defiende precisamente que la raíz de las desigualdades sociales es el patriarcado, es decir, el dominio del hombre hacia la mujer.
Yo no veo dónde esté ese dominio, salvo algunos casos aislados porque, hasta donde sé, la que lleva los pantalones en mi casa es mi Pegasita, y así, la mujer siempre dice la última palabra en todo o casi todo.
Por la mujer trabajamos, por la mujer llegamos a superarnos y por la mujer podemos lograr lo que nos parece imposible.
Como dice el aforismo popular: “Detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer”.
Así que, no me imagino a las ultrafeministas prescindiendo de los hombres. Deberían quedarse un tiempecito en Afganistán, con los talibanes para que vean que allá no les permiten ni echarse un pedo sin que un pariente varón las esté cuidando.
O tal vez estoy equivocado, o las ultrafeministas no se casarán con un hombre, sino con otra ultrafeminista y ahí ya derivará en lesbianismo, o algo por el estilo.
Todo este preámbulo sirva para condenar un hecho lamentable: Hace poco más de un año, en la Preparatoria Múgica, una alumna de un grupo feminista acusó falsamente a un maestro de acoso sexual, el cual fue despedido por la directiva del plantel sin darle oportunidad de defenderse.
Esa situación ha provocado serios problemas en su vida profesional y familiar, sin embargo, está luchando legalmente para que el plantel le devuelva la credibilidad y el prestigio que le arrebató esa chica, quien sufre de algún trastorno emocional, tanto así, que en su cuenta de Facebook sube fotos medio desnuda.
Y no digo el nombre de la joven para no desprestigiarla, como ella lo hizo con este maestro, cuya carrera como docente siempre fue limpia, con una excelente hoja de servicio.
Lo hago para que, desde su propia conciencia, tome nota del agravio que causó a una familia ejemplar -ya que tienen una hija casi de su edad, con condiciones especiales-, y piense cómo podría lograr resarcir el daño.
Con un “lo siento, me equivoqué”, creo que bastaría.
Los dejo con el refrán estilo Pegaso: “A expresiones orales estultas, órganos de la audición sin percepción sonora”. (A palabras necias, oídos sordos).