Por Pegaso
Da pena ajena ver a dos figuras de la vida política nacional enfrascados en una estéril discusión acerca de quién tiene más nexos o quién ha favorecido más al narco-crimen.
México, se sabe desde hace varios sexenios, es un narcoestado.
Cuando La Dirección General de Seguridad que comandaba el Negro Durazno, en el sexenio de López Porpillo, los cárteles estaban controlados. Cada cual ocupaba el nicho que le era asignado desde Los Pinos y no había conflicto entre ellos.
De vez en cuando trascendían los abusos que cometían los testaferros contra la población civil, pero eran casos aislados.
Fue Carlitros Jalinas Recortari el que dio luz verde para la expansión de las mafias, y a partir de entonces, cada Gobierno tiene su cártel de cabecera.
Pero en el 2006 llegó Felipillo Calderón a pisotear el hormiguero. Como resultado, las células se multiplicaron. Como la Hidra de Lerna, cuando Hércules trataba de cortarle una cabeza y le brotaban dos, así ocurrió con la delincuencia organizada.
Enroque Piña Nieto se la llevó de a muertito, capoteando el temporal.
En el actual gobierno, lejos de combatirlos, se les apapacha y se les da de abrazos.
Todo cambia para seguir igual. La diferencia son las formas.
Veo en los medios nacionales cómo el Pejidente ALMO acusa a Felipillo Calderón de haber mantenido un narcoestado.
Y veo a Felipillo contestándole: “Bueno, yo no dejé escapar al hijo de El Chapo ni fui a saludar a su mamá”.
Hay algo que siempre me inquietó de ALMO. Recorrió todo el país durante 18 años, de norte a sur y de costa a costa, saludó a miles de gentes, pasó por lugares muy peligrosos y nunca se conoció que tuviera un incidente con algún grupo de mañosos.
Cualquier hijo de vecina que vaya en su carro por una carretera o un barrio, se va a encontrar no con uno, sino con varios grupos de sujetos malencarados, armados hasta los dientes.
En la carretera que conduce de Camargo a Miguel Alemán, difícilmente se puede transitar sin ser detenido por algún retén de mañosos.
Durante su campaña política, les prometió que cuando llegara a la Presidencia de la República les daría amnistía y los convertiría en respetados empresarios.
A pesar de todas las cosas buenas que ha hecho y que posiblemente va a seguir haciendo, como el combate a la corrupción y al guachicoleo, o la lana que les da a los viejitos y a los ninis, el sexenio de ALMO será recordado por dos cosas: La liberación del narcojúnior y el servil saludo a la mamacita de El Chapo.
Nada más faltó que le besara la mano y le pidiera su bendición.
Pero hay más. Mucho más.
No solo los gobernantes, sino la mayor parte de la población está impregnada hasta la médula con la cultura del narco.
En el 2012, un grupo de estudiantes de Criminología de la Unidad Aztlán de la UAT realizaron una encuesta entre niños de cuarto, quinto y sexto de primaria, sobre el tema de la narcocultura.
Da miedo ver el resultado.
La gran mayoría de las inocentes criaturas se identificaron con grupos musicales como el Komander, Kapaz de la Sierra y otros que interpretan narcocorridos; gustan de camionetas Expedition o Hummer y sienten especial atracción por armas como la cuerno de chivo.
Hay ocasiones en que los delincuentes aseguran que son el pueblo, que se dedican a eso por los malos gobiernos que no dan oportunidad a las clases marginadas.
Esta identificación es peligrosa, porque nos hace pensar que el mismo pueblo es el que protege y respalda a los mafiosos, muy al estilo de Robin Hood o Chucho El Roto.
Así pues, subliminalmente, cuando el Pejidente dice que “con el pueblo todo, sin el pueblo nada”, yo no veo que se refiera precisamente a lo que el resto de los mexicanos entendemos por “el pueblo”.
O será que tiene otros datos, donde pueblo y delincuencia se han mimetizado, donde el populacho disfruta de los narcocorridos, y ha adoptado palabras y expresiones propias de la jerga utilizada por los delincuentes.
A eso se le llama narcocultura, y al país donde ocurre, se le llama narcoestado.
Va el refrán estilo Pegaso: “Mayormente prístino, ni el líquido inodoro, insípido e incoloro de fórmula química H2O”. (Más claro, ni el agua).