Por Pegaso
Recostado en mi mullido cumulonimbus, veía yo ayer en mi smart tv un programa relacionado con el animal cuadrúpedo del género Canis y la especie Familiaris, considerado casi universalmente como «el mejor amigo del hombre» y conocido popularmente como «perro».
En países como Estados Unidos, el perro no sólo es el mejor amigo del hombre, sino que casi, casi, es su igual.
En esa sociedad hedonista, quien no tiene en su hogar uno o más perros no es nadie. El perro es el eje central de la familia, el factor de unión emocional. El perro tiene la mejor comida posible. Tiene su lugar para dormir, pero si comparte la cama del dueño es tomado como algo natural… pero además, ¡lo besan en la boca!
El perro, en la sociedad norteamericana tiene un nivel de vida mucho mejor, por ejemplo, que un niño promedio de Haití o Somalia.
Las celebridades de Hollywood los incluyen como accesorios de ornato, y allá es muy común ver a estrellas del espectáculo o a socialités como Kim Kardassian o Paris Hilton cargando en sus lujosas bolsas Mossimo, Nine West o Tommy Hilfiger a un caniche ricamente ajaezado con collares de pedrería.
La culpa de todo la tiene el influencer (palabrita mamona que está muy de moda para describir a los merolicos motivadores) Arthur Schopenhauer, filósofo alemán inspirado en el budismo, al cual le debemos algunas frases, tales como:
-La compasión hacia los animales está tan estrechamente ligada a la bondad de carácter que se puede afirmar con seguridad que quien es cruel con los animales no puede ser una buena persona.
-Una compasión sin límites por todos los seres vivos es la prueba más firme y segura de la buena conducta moral.
-El hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales.
Aún sin saberlo, los norteamericanos, y muchos mexicanos, por imitación, tienen bien metido el chip perruno implantado por Schopenhauer, hace casi 150 años.
Por el contrario, parece ser que la frase que caracteriza hoy en día a la raza humana es la siguiente: Mientras más amo a mi perro más odio a mis semejantes.
Pero dejemos a un lado el pesimismo de Schopenhauer y retomemos la picante y retorcida filosofía de Pegaso.
¿Sabían que el nombre de Firuláis es uno de los más comunes para un perro en México?
Hay una anécdota sobre el origen de ese nombre. Se dice que un novillero jalisciense de llamado Federico Ochoa, de familia acomodada, dejó la práctica de la tauromaquia por presiones de sus padres. Al morir éstos le dejaron una cuantiosa herencia que derrochó con un estilo de vida disipada. Al quedarse sin un centavo, se puso a trabajar en lo que fuera, incluso de payaso. Fue en esa época que adoptó un perro callejero al que llamó Firuláis, sin que se sepa el origen de esa palabra. El perro se le murió, pero a todo aquel chucho que se encontraba le decía Firuláis, de ahí que pronto se popularizó y ha pasado al acervo popular del mexicano.
Y hablando de perros, nunca me he podido explicar por qué Walt Disney dibujaba a Tribilín y a Pluto con características tan diferentes. Tribilín caminaba erguido, hablaba y hasta manejaba vehículos, mientras que Pluto sólo ladraba y movía la colita, pero, ¡ambos eran perros!
Los dejo con esa reflexión y con el dicho mexicano estilo Pegaso que dice: «Poseyendo moneda corriente danza el can». (Con dinero baila el perro).