AL VUELO/ Ingenuidad

Por Pegaso​

Luego de mi vuelo vespertino, recaleé en un conocido café localizado por el rumbo de la colonia Aztlán, donde tuve la oportunidad de departir con un par de amigos extraordinarios, picudísimos analistas de la política local, estatal, nacional e internacional.​

La sabrosa plática pronto decantó en la honestidad y las buenas intenciones del ahora Pejidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, quien apenas a cien días de asumir la máxima representación del país ha sacudido todo el stablishment.​

Llegó como chivo en cristalería, rompiendo los viejos esquemas. O come les mencionaba a mis cuates anolistos políticos, empezó a desmantelar el viejo sistema para sustituirlo por uno nuevo que, se supone, será menos corrupto.​

Y entonces,-les hacía la observación- si se supone que habrá menos corrupción, ¿por qué el Peje se está aliando con tanto bandido, como Salinas Pliego y Napoleón Gómez Urrutia?​

Coincidentemente, ambos piensan que el magnate de las televisoras y de las tiendas de productos chafas se encontró la horma de su zapato con AMLO, mientras que el ex líder minero es una blanca palomita que tuvo la desgracia de enemistarse con Fox y éste lo echó del país en contubernio con Larrea y otros viejos billetudos.​

Y puede que tengan razón. Yo no conocía a fondo la historia de Napoleón Gómez Urrutia, pero tiene un currículum impresionante: Es licenciado en economía, graduado con honores de la Universidad Nacional Autónoma de México, con posgrado en la Universidad de Oxford, Inglaterra.​

Fue Director de la Casa de la Moneda de México, de donde salió para dirigir el Sindicato de Trabajadores Mineros y Siderúrgicos que heredó de su papá, Napoleón Gómez Sada.​

Pero además, ha recibido reconocimientos y condecoraciones internacionales por su lucha a favor del respeto y la dignidad de los trabajadores, como el prestigiado «Premio Edelstam» de Suecia, en 2014 y la medalla «Emilio Krieger», de la Asociación Nacional de Abogados Democráticos.​

Escribió varios libros, entre ellos, «Antes de la Próxima Revolución» y «El Colapso de la Dignidad».​

Fue acusado de haberse clavado 55 millones de dólares de los mineros, tras que acusó a Germán Larrea, Presidente del Grupo México de haber incurrido en homicidio industrial en aquel célebre accidente de Pasta de Conchos, debido a que las condiciones de las minas en que laboraban los trabajadores no eran las adecuadas.​

Se autodeclaró perseguido político y se exilió con su familia en Canadá.​

Hoy, los enemigos de la Cuarta Transformación utilizan el caso de Gómez Urrutia como una prueba de que AMLO se está aliando con individuos de dudosos antecedentes.​

Pero a pesar de la férrea defensa de mis contertulios, tanto de Napo como del Peje, me he declarado escéptico respecto a que sean individuos completamente honestos y bien intencionados.​

Me baso en el conocimiento que durante tantos años he acumulado sobre la naturaleza de los políticos y líderes mexicanos. ​

Sin descartar por completo que pueda haber garbanzos de a libra, una cosa es que salgas bien librado de una acusación como el robo de 55 millones de dólares y otra muy diferente es que no lo hayas hecho (¿De qué vivió Napo los años que estuvo en Canadá con su familia?). El sistema político mexicano es tan dúctil que da de sí. Y por ejemplo, el heredar un sindicato, como lo heredó Napoleón Gómez Urrutia de su padre, ya habla mal de él y de la ausencia de democracia en la organización, por muy buen líder sindical que haya sido.​

Ahora bien. Yo sostengo la tesis doctoral de que cuando López Obrador dice que acabará la corrupción y que va por la Cuarta Transformación del País, o es muy ingenuo o es demasiado listo.​

Tal vez sea, a fin de cuentas, las dos cosas al mismo tiempo, como el gato cuántico de Schrödinger, que puede estar muerto y vivo al mismo tiempo: Ingenuo, porque la naturaleza humana, y más la mexicana siempre tenderá hacia la transa, porque ya lo trae en sus genes y eso no va a cambiar de la noche a la mañana. O listo, porque está siguiendo un plan que tiene mucho tiempo de estarse cuajando, y se empata con la Cuarta Internacional Socialista.​

Me queda claro que AMLO no está solo en esto. Tiene detrás un grupo de maquiavélicos colaboradores que utilizan para lograr sus propósitos, por ejemplo, imágenes arraigadas en el inconsciente colectivo del mexicano.  ​

Son los mismos creativos que en su tiempo elaboraron el logotipo del PRD, que es una Virgen de Guadalupe subliminalmente escondida, y posteriormente la palabra «Morena» para reforzar el coco wash, cuando la ley del país no permite el uso de motivos religiosos para fines políticos.​

Aplaudiría si los esfuerzos de la nueva clase en el poder fueran sinceros, pero décadas de simulación me llevan a pensar que ésta será una desilusión más para el sufrido, explotado y crédulo pueblo de Mëxico. Como cuando la Selección Nacional parece que juega mejor que nunca, pero acaba perdiendo como siempre, o como un mal sueño del que queremos despertar, pero sólo parece que lo hacemos y seguimos dentro de la misma pesadilla.​

Mis dos cuatachos han decidido creer que habrá una transformación real en el país; yo he decidido dar el beneficio de la duda, sin echar de lado la naturaleza humana y la extraordinaria capacidad de nuestros políticos de llevar la simulación a un grado sublime.​

Haiga sido como haiga sido, yo me defendí como gato boca arriba, frente a su férrea defensa de la Cuarta Transformación.​

Por lo pronto nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: «En la praxis política ningún elemento es semejante a su apariencia». (En política nada es lo que parece).​

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