Por Pegaso
Volando por los ventosos cielos de Reynosa me puse a recordar la vida y obra de conocidos personajes del ámbito periodístico que de alguna u otra manera dejaron huella en nuestra Ciudad.
Eran representantes del viejo periodismo romántico, no el periodismo mecánico y chocarrero que tenemos hoy en día, donde lo más importante es cuánto me va a dejar la publicación de tal o cual nota.
En este recuento mental que hacía, mientras el fuerte viento me alborotaba las crines, vinieron a mi mente los nombres de dos de los reporteros que hicieron historia, allá, en los años ochenta: Gilberto Mario Reyna Villegas y José Benjamín Tamez Chávez.
Del primero puedo decir que se le consideró durante mucho tiempo como el columnista más influyente de la Ciudad. Colaboró para prestigiados medios locales impresos y su columna «Días de Reynosa» era leida con fruición.
Con su compadre, José Benjamín Tamez, formaban una dupla invencible. Tamez era conocido como «El Cura», porque se la pasaba «bautizando» a todo el mundo, es decir, les ponía apodos, y no había boda de la cual no quisiera ser padrino de algo.
El Gordo Elías, cuyo nombre completo era Elías García Aguirre, fue el más popular en aquellos años. En sus columnas policíacas «Pájaros de cuenta» y «Aquí, el que no cae resbala», hacía reír a los lectores con sus jocosas ocurrencias y picantes frases. Todavía se escuchan por ahí algunas frases de su invención, como: «Estaban haciendo chaca-chaca sin lavadora automática», «La tenía como la india del agua mineral» o «Se fueron de pick nic, él puso el pick y ella el nic».
Ricardo Arroyo, autor de varios libros como Historias de Invierno y otros que no recuerdo, se fue quedando ciego debido a un padecimiento crónico-degenerativo. Sin embargo, aún sin el sentido de la vista seguía editando su periódico «La Hoja», hasta los últimos días de su existencia.
De Víctor Zavala Rangel se pude decir mucho. Fue un periodista combativo. Utilizaba en su columna «A Vuela Pluma» y en sus escritos un sinnúmero de calificativos, a cual más soeces, entre otros: «¿De qué drenaje lo bombearon?». Era muy temido por los políticos, por su forma de expresarse y por que conocía la vida y obra de todos ellos.
Alfonso De los Reyes Villarreal, un personaje tampiqueño que llegaba esporádicamente a trabajar en algún medio de comunicación de Reynosa, y cada que venía hacía roncha. Se recuerda una anécdota de él, donde, en un períodico que tenía muy escasa circulación, empezó a soltar el rumor del ataque de un vampiro, luego que un obrero fue encontrado con heridas en el cuello. La noticia se hizo viral… bueno, en aquel tiempo no era un término que se usara, pero el temor cundió entre los habitantes de Reynosa, quienes colocaban ristras de ajo y pintaban cruces en las puertas de su casa para evitar la entrada del famoso vampiro. La información disparó la venta del periódico, pero al poco tiempo la noticia se choteó. La última vez que escribió sobre el tema fue cuando el vampiro ya se había ido con rumbo a Monterrey.
Juanito Ramos Rodríguez era autor de una columna que se llamaba «Mi pecho no es bodega», era el periodista más leído de Reynosa. Sí, porque tenías que leer varias veces sus escritos para poder entender lo que quería decir. (Esto último es broma). Se le atribuye la frase: «El periodista puede morirse de hambre o de una hartada».
Sergio Cozar, un locutor de radio, fue famoso entre los setentas y ochenta por su manida frase: «Y por el mundo de la policía», así como el remate que daba a las notas rojas: «Y si hubiera tomado Seven Up, eso no le hubiera pasado».
¿Quién me falta? ¡Ahhh, sí! Mario Castorena. Dueño de un peculiar estilo de redacción. Para algunos fue el sucesor de El Gordo Elías, pero no tuvo igual penetración entre los lectores.
Recordaba a todos esos personajes porque dentro de algunos días haremos un homenaje a alguien que también fue un romántico en el ámbito del periodismo local. Aunque no le tocó vivir con aquellos grandes del periodismo local, siempre se le recordará por su figura enjuta, pelo largo y mirada penetrante.
Dueño de un agudo ingenio y gran amigo, Víctor Manuel González Treviño pudo llevar a la imprenta algunas de sus creaciones literarias.
Yo, Pegaso, leeré varios de sus cuentos, para solaz y esparcimiento de los asistentes, en un evento que le tienen preparados sus amigos y familiares a mediados de este mes para recordar un año más de su fallecimiento.
Termino mi colaboración de hoy con el infaltable refrán: «Y como el geronte se expresaba…» (Y como el viejo decía…)