Por Pegaso
Durante muchos, muchos años, hemos sido engañados y defraudados vilmente por una cofradía de sujetos inescrupulosos que se aprovechan de nuestra nobleza, como decía el Chapulín Colorado, para meternos entre ceja, oreja y sien toda suerte de superchería, adivinación, profecía, oráculo y predicción como si fueran ciertos.
Todo empezó con Nostradamus.
En aquel tiempo no había televisión, periódicos, Internet ni WhatsApp, así que este médico matasanos ocupaba gran parte de su tiempo libre en meterse drogas hasta en las orejas para componer sus famosísimas Centurias.
Se supone que los versos que Nostradamus realizaba coincidían con acontecimientos de su época o del futuro, pero las Centurias pueden tener muchas interpretaciones.
Si 99 de ellas no son correctas, ni quien se dé por enterado. Pero si una sale acertada, se hace un pedo mundial porque el gran Nostradamus volvió a adivinar el porvenir.
En vista de lo anterior, podemos asegurar con bastante certeza que esas y otras profecías están dentro de un rango de probabilidades normal.
Podría yo decirle a mi abuelita que compusiera unos versos y tratar de adivinar el futuro con ellos. El porcentaje de aciertos será muy similar, si nos atenemos a las leyes de la Estadística.
Augures surgieron de manera posterior, unos más famosos que otros.
En la época de los ochenta, noventa y todavía unos años de la década del 2000, el que mandaba galleta era el Brujo Mayor, un charlatán de Catemaco, Veracruz que presumía tener los poderes de los chamanes que practican la magia negra, blanca, gris y fiucha.
Más acá, Walter Mercado nos decía nuestra suerte y fortuna gracias a los secretos de las estrechas que descifraba para nosotros y nos los entregaba en forma de horóscopos.
Luego llegaron Mohani Vidente, Nube de María y por último, Los Simpsons, que nos maravillan con sus fabulosos dones proféticos.
Pero, ¡oh! decepción. A pesar de ser letrados sobre el tema de la adivinación, a pesar de los siglos de sabiduría arcana que cargan sobre sus espaldas, ninguno de ellos mencionó para nada, antes de noviembre del 2019, la palabra COVID-19.
A partir de diciembre del año pasado, la palabra coronavirus y después, en enero de este año, COVID-19, son con mucho, las palabras más mencionadas por los seres humanos.
No me puedo imaginar yo que todos los adivinos, augures y pitonisos de antes y de hoy no hayan logrado captar ni siquiera la más pinchurrienta onda del futuro que incluyera la palabra COVID-19.
O bien los espíritus les quedaron mal, o las cartas del Tarot se guardaron muy bien de revelarles ese concepto.
En serio que yo me cagaría si de repente leyera en un periódico o viera en un programa de hace varios años donde alguien haya citado la palabra COVID-19.
Quisiera leer una Centuria de Nostradamus que diga: “Y en el año del doble veinte/ saldrá del oriente el COVID-19/ para causar muchas muertes/y llenar de miedo a toda la gente./”
O que algún versículo de la Biblia diga: “De cierto, de cierto os digo, vendrá un año que empiece con veinte y termine con veinte, donde el COVID-19 se esparcirá por todo el mundo, y habrá gran tribulación entre las naciones y el pueblo de Dios tendrá que resguardarse en sus casas por cuarenta días”.
Sólo he visto palabras y frases vagas, que sí tienen algún parecido, pero que igual pueden ser interpretadas de muchas maneras.
Por todo lo anterior, ya no veré los horóscopos cuando salga Mahoni Vidente y cambiaré de canal cuando estén Los Simpsons. Me han decepcionado.
Por eso mejor nos vamos con el refrán estilo Pegaso: “¡Es deseable que la cavidad bucal se te transmute en piel crocante procesada con grasa y calor!”. (¡Que la boca se te haga chicharrón!)