Por Pegaso
Ahora lo sé, bien que lo sé, que el coronavirus fue una forma de sacar al Trompas de la Presidencia de Gringolandia.
Fue un arma política.
El Trompas se salió de control y entonces, los encumbrados personajes del Grupo Bilderberg tomaron la decisión de crear, junto con los chinos, un pretexto para sacarlo a patadas de la Casa Blanca. Y lo lograron.
No quiere esto decir que El Trompas sea una blanca palomita, porque es más cabrón que bonito. Durante los cuatro años de su mandato reinó el temor de millones de personas que formaban parte de las minorías, a quienes despreciaba públicamente.
Su misoginia fue famosa porque ni a su vieja respetaba.
Pero la élite más poderosa del planeta, la que manejan los bancos, la industria farmacéutica y la de las armas, miembros del Club Bilderberg tenían otros planes.
A riesgo de que me califiquen de conspiranoico y de hacerle la competencia a Jaime Maussán, he de decirles a mis dos o tres lectores que existen pruebas y evidencias de que, efectivamente, el mundo está manejado por una red criminal con una doble moral: Por un lado, son sumamente religiosos y militan en organizaciones como el Opus Dei, Los Caballeros de Colón, Lucis Trust y otras.
Por otra parte, no se tientan el corazón para aplicar medidas de exterminio como las que recomendaba Thomas Maltus el siglo antepasado.
Decía Maltus que aproximadamente cada cincuenta años la población mundial se duplica, pero los recursos no crecen al mismo ritmo, así que es necesario darle una rasuradita cada determinado tiempo.
¿Y cómo lo hacen? Con plagas, epidemias, guerras y crisis económicas.
Pero no me crean a mí. Busquen en Internet todo lo relacionado con Maltus y sus teorías, y después documéntense sobre el Club Bilderberg y su influencia en los gobiernos del mundo.
Hay algunos autores, como el ruso Daniel Estulin, ex coronel del ejército de ese país, periodista y escritor, autor del libro “La Verdadera Historia del Club Bilderberg”.
Cito solo dos frases de Estulin: “Este virus es un arma de la élite” y “Estamos presenciando el colapso liberal global, la excusa para aplazar la quiebra de los mercados, para desgravar el colapso económico al que la élite banquera financista ha conducido al planeta”.
De todo este desmadre que se traen con el virus estos criminales, los únicos beneficiados serán los grandes grupos farmacéuticos y los banqueros, a quienes hemos tenido que entregar hasta los calzones para poder costear el tratamiento contra el COVID-19.
China, la nueva primera potencia mundial, tuvo mucho que ver, porque se trata de desmantelar el viejo sistema capitalista y sustituirlo por otro nuevo donde exista un mayor control de todos y cada uno de los que habitamos en este planeta.
En el libro “Homo Deus”, del israelí Yuval Noa Harari ya se anticipa lo que es este nuevo sistema. Lo llama dataísmo, y sin saberlo, nos hemos vuelto adictos a él, al utilizar la tecnología que las grandes empresas como Microsoft, Google, Apple, You Tube, WhatsApp y otras, ponen al alcance de todo el mundo.
Dentro de pocos años tendremos una situación parecida a la que describe George Orwell en su libro “1984”: Un ente que gobierna en Oceanía, al que nadie conoce, llamado El Gran Hermano (Big Brother), que sabe todo y conoce todo, gracias a una red de vigilancia total.
Querámoslo o no, ya somos adoradores del silicio, de los datos. Somos dataístas.
Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “Cuando afirmo que la acémila es de coloración parduzca significa que poseo su tejido capilar en la extremidad superior”. (Cuando digo que la mula es parda es porque tengo los pelos en la mano).