Por Jesús Rivera
Andaba yo volando allá, sobre la arbolada superficie del Parque Cultural, donde ya empiezan a asomar las nuevas hojas en los árboles, como presagiando la proximidad de la primavera.
Más tarde, recostado en mi mullido cumulonimbus, me puse a repasar los últimos acontecimientos noticiosos generados en torno a las acciones del nuevo Gobierno Federal, y me he dado cuenta que la corrupción permea prácticamente en todos los rincones del país, en cualquier ámbito y en cualquier época.
Me asombró saber, por ejemplo, que el CONACyT, que es una institución dedicada al fomento a la investigación científica y tecnológica, también fue botín de pillos.
PEMEX, la Comisión Federal de Electricidad, el SAT, las Aduanas, los aeropuertos, la misma Presidencia de la República, la Iniciativa Privada, el IMSS, la Secretaría de Salud… y párele de contar. Todos están de una manera u otra plagados de irregularidades. Definitivamente no soportarían una auditoría, porque hasta el último peso se llevan estos bárbaros.
Sin embargo, en México la corrupción no es nada nuevo, sino que representa toda una tradición.
La historia empieza desde mucho antes de la conquista, con pueblos agachones que soportaban el yugo de los caciques. Luego vienen los españoles, la broza, expresidiarios. Se efectúa el mestizaje con lo peor de ambas razas y dan como resultado, ¿qué creen? al mexicano valemadrista, lépero, alburero, flojo, gañán y ladino.
Por supuesto que no todos somos así. Tiene mucho que ver la educación, pero en esencia, el mexicano tiene entre sus genes el «cromosoma L».
Ya desde pequeños nuestros padres nos enseñan el agandalle: «Vivillo desde chiquillo»,-nos dicen.
Desde tiempos de LEA y JOLOPO, era popular el dicho: «Cada mexicano tiene la mano metida en el bolsillo de otro mexicano», y también, en alusión a un conocido eslogan de campaña: «La corrupción somos todos».
No lo digo yo, Pegaso. Lo dicen las pocas gentes pensantes que aún quedan en este país.
México tiene el oportunidad de convertirse en potencia mundial, pero no puede o no quiere hacerlo. El «cromosoma L» se lo impide.
Dícese que un día estaba Dios observando su obra y notó que faltaba algo. San Pedro, que estaba a su lado le dice:
-«Señor, falta que pongamos en cada país a la gente que le corresponde».
-«Cierto»,-dice el Creador, y procede a ubicar a cada individuo por nación.
-«Veamos. Aquí, en Arabia, que tiene mucho desierto, pondré a los árabes».
Observa San Pedro:
-«Señor, tiene que haber un equilibrio en la Creación, debes darles también algo positivo».
-«Claro, Pedrito, mira, les daré mucho petróleo».
Y continúa:
-«Aquí, en Japón, pondré a los japoneses. Tienen altas montañas y ríos hermosos, pero vivirán en una isla pequeña».
Y así, continuó entregando dones a cada raza que iba colocando en los diferentes países, hasta que llega a México.
-«Mhhhh. A este país le daré montañas, selvas, ríos abundantes, extensas costas, paradisíacas playas y mucho, mucho petróleo».
-«Pe-pe-pero Señor, ¿por qué le das tantas bendiciones a ese país?»,-pregunta San Pedro.
-«¡Ahhh, bueno!-contesta el Hacedor. Es que aquí pondré a los mexicanos».
Dudo mucho que de la noche a la mañana se acabe la corrupción, con todo y las medidas que tome el Gobierno Federal.
El «cromosoma L» siempre estará presente.
Viene el refrán estilo Pegaso: «En cualquier sitio suelen procesarce por ebullición las semillas del arbusto de la familia Fabaceae». (Donde quiera se cocen habas).