Por Pegaso
Ya lo decía Emmanuel en una canción que se empezó a escuchar allá, por la década de los noventa:
«La séptima luna/era aquella de Luna Park,/ el crepúsculo avanzaba/ de la feria al bar./ Mientras tanto el Ángel Santo blasfemaba/ la polución que respiraba/ musculoso pero frágil/ pobre ángel, pobres alas./»
Todos hemos visto las inquietantes fotografías de la Ciudad de México en los últimos días. Es casi apocalíptico.
Por otra parte, se reportó una erupción más del volcán Popocatépetl. En el peor de los escenarios, todo ese ollín volará directamente a los pulmones de los capitalinos, haciendo el aire irrespirable y entonces sí, se tornará profética la canción de Emmanuel.
«La sexta luna/era el alma de un desgraciado/que maldecía el haber nacido/ pero sonreía./ Cuatro noches sin haber cenado/ con las manos, con las manos/ manchadas de carbón;/ tocaba el pecho a una señora/ y manchaba y reía/ creyendo ser el patrón./»
La presencia de partículas PM2.5 ponene en riesgo la salud de millones de habitantes e incluso, la muerte de aquellos que padecen de asma o cualquier otra enfermedad severa de las vías respiratorias altas. Situaciones semejantes se vivieron en Tokio hace algunas décadas con consecuencias desastrosas.
«La quinta luna/ daba tanto miedo./ Era la cabeza de una dama/ que sintiendo la muerte cercana/ al billar jugaba./ Era grande y elegante/ no era joven, no era vieja/ tal vez enferma./ Seguramente estaba enferma/ porque sangraba un poco por la oreja./»
Las partículas PM2.5 son detritus de sulfuros, nitratos, cenizas y emisiones contaminantes de la industria y demás actividades humanas, cuyo tamaño es mínimo, de alrededor de 2.5 micras o micrómetros. Una micra es la millonésima parte de un metro.
«La cuarta luna/ era una cuerda de prisioneros/ que caminando seguían los rieles de un tren viejo./ Tenían los pies ensangrentados/ y las manos, y las manos, y las manos sin sus guantes/ pero no te alarmes,/ el cielo está sereno/ no hay bastantes prisioneros./»
Mientras más finas sean las partículas suspendidas en el aire, más capacidad tienen de introducirse a los alvéolos pulmonares y causar problemas como el asma. La acumulación puede llegar incluso a obstruir completamente el tracto respiratorio y producir la muerte por asfixia, en casos extremos.
«La tercera luna/ salieron todos a mirarla/ era, era así de grande/ que más de uno pensó en el Padre Eterno./ Se secaron las risas/ se fundieron las luces/ y comenzó el infierno; / la gente huyó a su casa/ porque por una noche/ regresó el invierno./»
Las autoridades capitalinas han tenido que instrumentar un protocolo de emergencia. Se restringe al máximo la circulación vehicular, se recomienda colocarse cubrebocas y usar sombreros o turbantes para evitar daños al cabello.
«La segunda luna/ el pánico sembró ante los gitanos/ hubo alguno que incluso/ se amputó un dedo./ Otros fueron hacia el bando/ a hacer alguna operación/ pero qué confusión./ La mayor parte de ellos/ con sus hijos y sus perros/ corrieron a la estación./»
Pese a todo, la vida en la Capital continúa. Una vez que pase la contingencia la Ciudad de México volverá a ser la bella y cosmopolita Ciudad de los Palacios, mi ciudad natal, de la cual estoy orgulloso.
«La última luna/ la vio sólo un recién nacido/ con ojos negros, profundos, redondos/ y no lloraba./ Con grandes alas tomó la luna entre sus manos,/ entre sus manos./ Salió volando por la ventana/ era el hombre del mañana./»