Por Pegaso
Todos traemos una máscara.
Las damas, con el afán de parecer más bellas de lo que son, se embadurnan de maquillaje, polvos, pinturas, mascaras y toda una gama de coloridos menjurges que darían envidia al propio Van Gogh.
Mi padrino, el nunca bien recordado, pero siempre admirado periodista Benjamín Tamez, solía decirle a alguna de sus amigas: “Tú no necesitas maquillaje, necesitas bondo”.
Volando por el límpido y aún caluroso cielo de Reynosa, me puse a pensar el motivo por el cual Sarita Grande salió a tirar la basura con una grotesca máscara hecha con una bolsa de papel reciclado, cubriéndole la mitad del rostro.
La escena captada por un paparazzo dio la vuelta al mundo…, bueno, a México, donde somos tan metiches que nos gusta meternos en la vida privada de los demás.
Si nos ponemos a analizar, Sarita Grande está en todo su derecho de ponerse lo que se le dé su rechingada gana, siempre y cuando no dañe la moral pública. ¡Imagínense si se le ocurre salir a tirar la basura ataviada sólo con una tanguita de hilo dental!
Para los mexicanos, influenciados, idiotizados por los programas chatarra de televisión, era la prueba que faltaba para confirmar que esa mujer está más loca que una cabra y que tenían razón al pensar que José José vivía en una especie de casa del terror, donde era torturado y azotado por el par de inhumanas arpías.
Ahora que se acerca el Halloween, el disfraz más popular ya no será el de payaso asesino, el de zombie, el de momia o vampiro, sino que todo mundo acudirá a las fiestas con una bolsa de papel en la cabeza.
Pero como decía, en esta vida todos nos ponemos una máscara para aparentar lo que no somos.
Como Clark Kent, cuyo disfraz consiste solamente en ponerse unas gafas, o como Batman, que requiere de una cubierta de látex completa con cuernitos, o como el Hombre Araña, que no deja ni siquiera un hoyito para comer o respirar.
Hay máscaras físicas y máscaras sicológicas.
Las físicas son las que vemos en las fiestas de Halloween, en la lucha libre, en las películas, en los carnavales y en Miami, con Sarita Vieja.
Las sicológicas tienen que ver con ocultar los verdaderos sentimientos, y muchas veces vamos riendo por la vida, a pesar de no tener motivos para ello.
Los payasos, por ejemplo. Algunos se maquillan para aparentar un rostro alegre y jovial, mientras que otros prefieren dibujarse en la cara alguna mueca de angustia, tristeza o sufrimiento.
Cepillín, quien estuvo en estos días en una presentación en Reynosa, es una muestra de éste último tipo de mimo.
Pero no crean que el uso de máscaras, físicas o sicológicas es algo raro en este mundo. Prácticamente todos nos escondemos detrás de una apariencia que necesitamos para sentirnos bien con nosotros mismos, para engañar a los demás o simplemente porque está dentro de la naturaleza humana.
Vaya esta sesuda reflexión para mis apreciados dos o tres lectores, quienes muestran un semblante sonriente cada que leen esta grotesca columna, sin hacer fúchila o guácala.
También los dejo con el refrán estilo Pegaso: “Me es imposible sobrellevar mi carátula”. (No puedo soportar mi careta).