Por Pegaso
Dice la tradición que Cristo nació en un pesebre. Otros dicen que fue en una cueva. Lo cierto es que era un lugar feo, poco acogedor y no adecuado para traer al mundo a un ser humano.
Sobre todo porque en aquellos tiempos las mujeres parían por sí solas o auxiliadas por alguna matrona.
Antes del alumbramiento José y María, los padres de quien sería posteriormente identificado como el Mesías, anduvieron de aquí para allá, buscando quién les diera cobijo para descansar después de una larga jornada por zonas desérticas.
Finalmente hallaron el pesebre o cueva y ahí vio sus primeras luces quien sería en treinta y tres años el iniciador de una nueva forma de relacionarnos con nuestros semejantes.
Decía que debemos poner la otra mejilla cuando nos peguen una cachetada, que hay que amar al prójimo y hay que respetar a nuestros padres y hermanos.
Idea revolucionaria que milenios después retomarían figuras como Ghandi, Martin Luther King o Mandela para luchar contra el poder.
Las posadas, es decir, la recreación de aquel peregrinar de María y José por los pueblecitos cercanos al Mar Muerto, en Judea, llegan hasta nuestros días con un significado totalmente diferente.
Ahora tenemos preposadas, posadas y posposadas. En su mayoría están muy lejos de tener componentes religiosos.
Llega uno y lo primero que le ofrecen es chupe. Si pertenecemos a alguna empresa grande, o si se es periodista o maestro, la autoridad lo invita para participar en rifas que incluyen pantallas, aparatos electrodomésticos y aparatos tecnológicos.
Se sirven tamales. Si tenemos suerte, con champurrado, si no, con su chesco bien helado.
Se saluda a los amigos, se charla animadamente y al final, el baile y la consecuente peda.
Estoy casi seguro que si Jesús reviviera y se diera una vueltecita por Reynosa para ver cómo se recuerda su nacimiento, se volvería a morir de puro coraje, si es que antes no le dan un levantón los punteros de Las Cumbres o la Chicho.
Yo recuerdo aquellas posadas de mi no muy lejana juventud. (Nota de la Redacción: No mientas, Pegaso. Ya vi tu acta de nacimiento).
Que aunque no eran como las de hoy, sí que reflejaban mejor las tradiciones mexicanas, mezcla de paganismo y cristianismo.
En El Chaparral, donde viví mi infancia, doña Andreíta, quien vivía por la calle Tiburcio Garza Zamora era la que organizaba las posadas.
Desde días antes del 24 se hacía un recorrido, llevando una imagen del niño Jesús. Los chamacos nos pegábamos para comer tamales y garapiñados gratis, luego que rompíamos la piñata.
Pero se tenía que seguir un ritual bien estricto, donde en cada procesión (creo que eran seis) los participantes iban cantando por la calle: “Ave María, ora pro novissssss; Mater Castísimaaaaa, ora pro novis…”, y así, sucesivamente, diciendo todos los nombres por los que se conoce a la Virgen María.
Al final, en el último domicilio se quedaba el niño hasta el siguiente año, cuando nuevamente se recogía la figura y por los seis días siguientes, había una nueva peregrinación.
Desafortunadamente es una bonita tradición que se ha perdido, o que ha sido sustituida por las metalizadas posadas de hoy en día, donde si no hay regalos, chupe y baile, no es posada.
Sólo en algunas ocasiones he visto que algunos se ponen afuera cantando los villancicos y los de adentro responden.
Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “Abstente de considerarte el individuo a quien la fémina inmaculada le dirige la palabra”. (No te hagas el que la Virgen te habla).