Por Pegaso
Si usted quiere saber sus más recónditos secretos, si su mente le hace creer que es una madre de la caridad, más noble que Lady Di y más honesto que El Peje, regístrese como candidato.
Si bien es cierto que durante los procesos internos de los partidos, como en los que estamos hoy en día, aún no se desata la guerra sucia, y cuando mucho es una luchita medio percudida, espere a que inicien las constitucionales para que vea lo que es amar a Dios en tierra de indios.
Efectivamente. Una vez que inician las campañas políticas, cada uno de los candidotes saca a relucir su arsenal, que consiste básicamente en una batería de fotos, pruebas, denuncias, acusaciones y pecadillos de sus oponentes que pronto estarán circulando en los medios convencionales de comunicación y en las redes sociales.
Sacar los trapitos al sol de los competidores es parte de esa guerra sucia.
Yo me acuerdo de aquel jotito que se metió a la política y obtuvo la candidatura de un partido.
Como parte de la campaña, su oponente traía aquel estribillo de una famosa canción que decía: “No, no, no, el coco no, el coco no”, pero con una pequeña modificación, quedando de la siguiente manera: “No, no, no, el joto no, el joto no”.
Y ¡zaz! le ganaron al joto.
Meterse de candidato es un arma de doble filo. O puedes ganar y dejar de preocuparte económicamente por los próximos tres o seis años, o te pueden despellejar vivo,
Comento lo anterior porque en las próximas campañas políticas hay algunos personajes que están en el arrancadero y se preparan para echarle toda la carne al asador.
No diré nombres para no levantar ámpulas, pero parte del arsenal que ya se prepara para la implacable guerra sucia incluye cachetadas a señoras, relaciones familiares indeseables, corrupción aduanera, acusaciones de trafiques con programas gubernamentales, investigaciones por guachicoleo y muchos otros conceptos.
Aquellos precandidatos o candidatos que logren salir airosos de la guerra sucia, son los que tienen más oportunidades de obtener el triunfo.
Porque, ¿a poco no? Cuando andan en las calles, visitando casas en las colonias, cargando al güerco mocoso y besando a la vieja fodonga, todo son risas, promesas y zalamerías.
Pero ya cuando llegan a una curul, a una presidencia municipal o a una gubernatura, hasta el aspecto de la cara les cambia y se vuelven más siniestros.
Se olvidan de sus incontables promesas y cuando alguien les pide una gestión, se hacen como los que no conocen y le dicen al desdichado que le dé sus datos a su secretario, que es como no haberle entregado nada.
Yo, Pegaso, que he andado en incontables campañas políticas, gran estudioso del comportamiento humano, siempre llego a la misma conclusión: No es lo mismo ser candidato que ser funcionario público.
Por ejemplo, yo voté por el actual Pejidente, porque durante dieciocho años le terqueó para llegar al poder; su postura siempre fue crítica, por eso mismo consiguió la simpatía de la gran mayoría de los ciudadanos, entre los cuales me incluyo.
Pero al llegar al poder, al estar del otro lado de la cerca, todo es diferente.
Bien dice he dicho que el poder cambia a la gente.
Hay un aforismo que dice: “Si quieres conocer a alguien, dale poder”. Y eso fue lo que pasó. Le dimos demasiado poder y ahora se cree un Cristo redivivo.
Venga el refrán estilo Pegaso que dice: “Las prendas textiles contaminadas se sanitizan en el hogar”. (La ropa sucia se lava en casa).