Por Pegaso
Grita el sargento en el campamento militar: “¡Toquen a diana!” Y todos salen corriendo a tocar a Diana.
¿En qué se diferencia a una hechicera de una bruja? En cinco años de matrimonio.
¿Sabes qué es una mujer? ¡El motor de la escoba!
¿Sabes cómo librarte de cien kilos de grasa en un solo día? ¡Divórciate!
Desde chicos a los hombres nos enseñan a ser misóginos. El deporte nacional se llama misoginia.
Aunque no es privativo de México, porque en muchas países también se hace mofa de la mujer, es aquí donde adquiere su máxima expresión.
Vivillos desde chiquillos, aprendemos a ser gandallas, a maltratar a las mujeres verbal o físicamente y burlarnos ellas.
Hay tratados enteros sobre la misoginia.
Individuos como Polo Polo, Jo-Jo-Jorge Falcón y muchos otros, viven de eso.
Hay standuperos (un standupero es aquel tipo que se para frente a un público a contar historias para entretener) que se han hecho archifamosos por sus chistes que denigran la condición femenina.
Cuando se habla de discriminación hacia el “sexo débil” se habla también de desvalorización, consciente o inconsciente. Son comportamientos que se generan por estereotipos y prejuicios que salen a relucir al momento de percibir a alguien “inferior”.
En sociedades innegablemente machistas, como la nuestra, los estereotipos y prejuicios son dirigidos de manera sistemática y exacerbada hacia las mujeres, quienes, por su género, son consideradas seres inferiores y por lo tanto, objetos de burla y denigración.
Estos dos últimos párrafos no son míos. Me los fusilé de una organización no gubernamental llamada Amnistía Cataluña.
Por desgracia, en México la misoginia está muy arraigada y constituye el primer paso hacia la violencia de género y el feminicidio.
A pesar de los avances que se han tenido en las últimas décadas, donde las mujeres cada vez incursionan más en papeles que antes solo desempeñaban los hombres, la triste realidad es que aún existen muestras cotidianas de ese desprecio o burla hacia ellas.
Ahora que estamos en aislamiento social, hay estadísticas que muestran un incremento en los casos de violencia intrafamiliar.
Hagamos un ejercicio de imaginación.
Está el viejón en la sala, viendo el futbol, en calzones, huaraches y camiseta. A un lado tiene su infaltable chela con algunas botanas. Su abnegada esposa le pide que la ayude a barrer la sala bajo el pretexto de que también tiene obligaciones hogareñas.
Entrado como está en la tele, no hace caso, y de rato le vuelve a insistir su mujercita: “¡¿Por qué no hiciste lo que te dije?! Ahora entiendo por qué me decía mi mamá que no me casara contigo”.
Y el zoquete nada más se acomoda en el sillón, rascándose la barriga.
Más de rato, la esposa se planta entre la televisión y el sujeto para decirle que ya no hay mandado en el refri.
Pero como no ha podido trabajar por la pandemia, empiezan a discutir, hasta que los ánimos se encienden y llegan a las manos. El tipo le zorraja una cachetada y ella busca defenderse sin lograrlo, porque las fuerzas del hombre son mayores. Desde un rincón sus hijos ven con indiferencia la bochornosa escena.
Y eso es cosa de todos los días en algunos hogares, tristemente.
¿Y todo por qué?
Pues porque desde muy pequeños nuestros padres nos enseñaron a ser misóginos, a burlarnos de las mujeres, a despreciarlas y a considerarlas como simples objetos.
Muy de vez en cuando surgen algunas voces que intentan contrarrestar la ola machista, como Vaquita la del Barrio, cuando canta “Rata de Dos Patas” y expresa furibunda: “¡Me estás oyendo, inútil!”, o la Leona Dormida: “Es un gran necio, un estúpido engreído, egoísta y caprichoso, un payaso vanidoso, inconsciente y presumido, falso enano, rencoroso que no tiene corazón”.
Por cierto, estaba un tipo sentado en la sala de su casa y salió su mujer ataviada para una fiesta infantil y le dijo ella:
-“Mi amor, ¿te gusta mi disfraz?
-Sí, te ves muy bonita vestida de vaca.
-¡No! Es un disfraz de dálmata.
Va el refrán misógino estilo Pegado: “A las féminas, ni la totalidad del apego emocional ni la totalidad del recurso monetario”. (A las mujeres, ni todo el amor ni todo el dinero).