Por José Ángel Solorio Martínez
El diputado local tamaulipeco, -es oriundo de Matamoros- Alberto Granados Fávila, es un retrato fiel y exacto del pícaro fronterizo, que realiza diversas piruetas para construir sus éxitos profesionales y políticos, desde la nada. Hace meses, pidió subir a tribuna para dar a conocer al pleno una iniciativa de su partido, con el objetivo de poner reflectores sobre su persona; se convirtió en viral esa intervención parlamentaria.
De un legislador gris, apocado, simple, pasó a ser un personaje famoso.
Todo el país, vio el espectáculo: la lastimosa y titubeante lectura de la propuesta de ley de los guindos, hizo suponer que un iletrado -hecho que no es censurable- se había infiltrado en el grupo parlamentario lopezobradrista.
Ante la evidente y precaria formación escolar, los periodistas decidieron indagar su nivel académico.
Sorpresa: se ostenta como Licenciado en Administración Pública, egresado de una institución con el pomposo nombre de Tec Milenio. Los comunicadores, ante la indigencia cultural del parlamentario, se dieron a la tarea de visitar esa escuela de educación superior.
Otra sorpresa: a decir de los comunicadores, en esa institución educativa, no existen registros de su paso por las aulas.
De igual forma, en la página pública de la SEP, en donde se encuentran listadas todas las cédulas profesionales del país, el nombre del susodicho, no aparece.
El asunto, no queda ahí.
Total: son miles de personajes de la política, que presumen títulos universitarios apócrifos o provenientes de lugares como las imprentas de la Plaza Santo Domingo de la CDMX, en donde manufacturan títulos hasta de astronauta con un impecable estilo que hasta los más avezados peritos fallan en detectar anomalías.
Pues no: el título dudoso, no llenó el notable y grandioso espacio de su ego.
Fue por más.
Para envidia de sus contemporáneos -y los mismos diputados de MORENA- como los tradicionales magos -los de “nada por aquí; nada por allá”- sacó de su chistera, o debajo del sombrero, otro título más rimbombante: una Maestría en Administración Pública.
Los reporteros, sin salir de su asombro, se hicieron presentes en la escuela mencionada.
Y de nuevo: es inexistente, el envidiable papel que tanto ha servido a Granados Fávila para charolear y tirar crema.
Se infiere: el título, es tan fantasmagórico, como la Universidad que lo otorgó.
De ser cierta las versiones de los avezados periodistas, estaríamos con un parlamentario con principios éticos, morales, muy relajados; o más bien: casi, inexistentes.
No sólo eso: la Ley de Profesiones, es realmente enérgica con personas que se ostentan como profesionistas sin serlo. De otra manera: se considera, que violentan el marco jurídico por lo cual, se hacen acreedores a una severa sanción penal.
Más claro: son vistos como defraudadores, toda vez que lucran diciéndose profesionales y ejerciendo una disciplina para la cual el sistema educativo mexicano no los ha certificado.
Si el diputado matamorense, ha firmado documentación oficial con sus grados de oropel, estaría incurriendo en un penoso y bochornoso delito.
Serios problemas, podrían derivarse de aquella frívola como fantoche conducta.
¿Por qué presumir lo que no se es?
¿A tanta llega la sed de reconocimiento social, que poco le importa conculcar las leyes?
¿Y los principios básicos de la IV T, de no robar, no mentir y no traicionar?
Con esa conducta Beto Granados, está a un pelito de rana de perder su carrera política.
¿Para qué darle armas a un panismo tamaulipeco, que anda iracundo en busca de venganza?
¿Para qué exponerse al escarnio social y político?
Otra: quiere ser candidato a alcalde de Matamoros.
Triste la calavera de MORENA: sería un bocadillo para el PAN; como candidato, corre el riesgo de no llegar, ni a la elección constitucional por esa larga cola de fantoche, que no podrá cortársela en toda su vida.