Por Pegaso
Andaba yo volando allá, por el rumbo del Parque Cultural, persiguiendo a las elusivas espátulas rosadas hasta dar con su santuario en unas lagunas que se ubican atrás del fraccionamiento Lomas del Villar.
Cansado de perseguir a esos pajarracos de plumas rosáceas y pico aplanado, me puse a descansar en mi mullido cumulonimbus, pensando cómo hacer llegar magníficos consejos a nuestras más altas autoridades y que éstas den un giro de timón que cambie el rumbo de la patria, garantizando de esa manera el bienestar de la ciudadanía. (Nota de la Redacción: Pinche Pegaso, ahora sí te la volaste, güey).
Bueno, como estaba diciendo, México requiere en este momento de buenas ideas,
Recién conocí en un restaurant de la localidad a un buen amigo de origen austríaco, Hans, quien me hacía el comentario que en su país todos, absolutamente todos, tienen acceso a la educación gratuita de a deveras. Y el que no quiere seguir una carrera de médico, ingeniero o abogado, puede capacitarse para cualquier profesión y obtener un título, ya sea de carpintero, ebanista, bailarín o lo que sea. De tal forma que allá nadie se muere de hambre.
En México parece que la brecha entre pobres y ricos es cada vez más ancha. La clase media es ahora la clase baja, la clase baja está en la miseria y los miserables están a punto de morirse de hambre.
En el otro extremo, unos pocos multimillonarios se bañan todos los días en una alberca repleta de dólares y centenarios, como lo hacía el tío Rico, de Walt Disney.
Encabezados por Carlos Slim, están otros magnates como Alberto Bailleres, del grupo Peñoles, Germán Larrea, del Grupo México, Ricardo Salinas Pliego, de Tele Azteca, Eva Gondo de Rivera, de FAMSA, María Asunción Aramburuzavala, del Grupo Modelo y otros rancios apellidos que acaparan el 90% de la riqueza nacional.
Al observar tal desequilibrio socioeconómico en el país no podemos más que pensar que algo anda mal en el barco.
Acuso de recibido un correo que me envió mi maestro de Historia de la secundaria, Alejandro Castrejón Brito con una bonita analogía: Una línea aérea anuncia su vuelo internacional de Reynosa a México. Los pasajeros se acomodan en sus respectivos asientos mientras las azafatas explican las precauciones que se deben tomar para que el viaje sea más placentero. ¡Ahhh, pero también tienen un último mensaje! Tanto el piloto como el copiloto son ciegos.
En ese momento se arma el alboroto porque, naturalmente, nadie quiere volar en un avión conducido por dos ciegos, sin embargo, las sobrecargo los tranquilizan al decirles que se trata de los más calificados pilotos de la línea, que nunca han tenido un accidente en su vida y que siempre llegan a su destino sanos y salvos.
El avión empieza a moverse, el piloto toma el timón y acelera, tomando la pista principal. Sin embargo, la nave no se eleva, y cada vez es mayor la velocidad. A punto de llegar al final de la pista, la gente empieza a gritar aterrorizada y en el último momento la nave se eleva, evitando así la inminente catástrofe. En la cabina, el copiloto le dice al piloto: “Oiga, jefe, el día que los pasajeros no griten creo que nos va a llevar la chingada”.
Y así es en nuestro país. Somos pasajeros ciegos que no gritamos… Y estamos a punto de llegar al final de la pista.
Creo que de veras es necesario que se aplique un golpe de timón definitivo.
Desde éste lugar en que me encuentro, cerca de la estratósfera, veo un México con hambre y sed de justicia, un México de gente agraviada, de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla, de mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales. (Nota de la Redacción: ¡Eit, Pegaso! Ese es el discurso que dio Luis Donaldo Colosio el 66 de marzo de 1994 en el Monumento a la Revolución, mismo que lo llevó a granjearse la enemistad de Carlos Salinas y corifeos para después caer abatido por balas criminales en Lomas Taurinas).
Decía que urge un cambio de timón. La gente está cansada, por ejemplo, que cada nuevo gobierno estatal, federal o municipal venga con la jalada de implementar un Programa Anual de Gobierno con cuatro o cinco ejes, acciones transversales y todas esas barrabasadas que ni ellos entienden.
Yo, Pegaso, propongo que se cambien esos ejes por otros que han demostrado tener gran éxito en países como Japón. Los japoneses tienen fama de ser los sujetos más inteligentes del planeta, pero eso no es completamente cierto. Su éxito se basa en ejes como la disciplina, el honor, la precisión y la amabilidad.
Por tal motivo, debemos cambiar de paradigmas y mandar al bote de la basura todos los programas chatarra que desde muchos años antes nos han impuesto los gobiernos y cambiarlos por otros que nos acerquen más a la mentalidad de los pueblos más avanzados:
-Eje número 1: Disciplina. Si todos en México hiciéramos lo que debemos, al momento que debemos y de la forma que debemos hacerlo, otro gallo nos cantaría. Un japonés, por ejemplo, nunca llega tarde. Si en una cita queda a las cinco de la tarde, estará ahí exactamente a las cinco, ni un minuto antes, ni un minuto después. En México decimos que vamos a llegar a las seis y llegamos a las siete y media (una hora después más un cachito, por el tráfico). La puntualidad, hermana de la disciplina, es un valor muy respetado en el país de los ojos de rendija.
-Eje número 2: Honor. En Japón, el honor lo es todo. Si alguien se echa un pedo en público es tanta la vergüenza y tal el oprobio, que el autor de la flatulancia sacará su espada samuray y se practicará el sepukku en medio de la plaza, de la calle o del negocio donde esté. En México, por otro lado, se desconoce la palabra. Tal vez cuando los güercos hacen honores a la bandera en las escuelas, pero de ahí en fuera, no conozco otra aplicación para la palabra “honor”. El honor nos obliga a tener una voz interior que nos diga qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, sin necesidad de meter cuestiones religiosas. La gran mayoría de los nipones guardan un riguroso código de ética que se transmite de generación en generación.
-Eje número 3: Precisión. Los japoneses son precisos en todo lo que hacen, casi casi al nivel de una máquina. La calidad de los productos elaborados en aquel país es famosa en todo el mundo. En México está muy arraigado el “a’i se va”, “pa la otra”, “ya merito”, ¡y después nos orgullecemos cuando vemos la marca “Hecho en México”!
-Eje número 4: Amabilidad. Allá todos son muy amables. Te ven en la calle y se agachan con un saludo sincero. Aquí, cuando vamos en el coche y alguien se nos quiere adelantar, le mentamos a la más anciana de su casa y le hacemos una seña con la mano levantando el dedo cordial.
¿Recuerdan a mi amigo Hans? Entre otras cosas me comentaba que en Austria y en otros países de Europa, sociedades consideradas como de primer mundo, también hay pobreza, pero son los menos.
Aquí, en nuestro país, el número de familias depauperadas va en aumento, y no veo cómo pueda frenarse esa tendencia si siguen aplicando las mismas políticas tercermundistas de siempre.
Nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: “¡Ay, del miserable, impedido para alcanzar el Edén; es vituperado en aquel entorno y sancionado en éste enclave”. (Pobre del pobre, que al cielo no va; lo chingan aquí y lo chingan allá).