Por Pegaso
Luego de ejercitar mis blancas alas por el limpio y tórrido cielo de Reynosa me fui a mi bunker a rendirle pleitesía a mi aparato receptor de onda ultracorta (Nota de la Redacción: Habla en español, Pegaso; nada más dí que te fuiste a ver la pinche tele a tu casa).
Resulta que al someter a un sesuso análisis a los molestos anuncios publicitarios llegué a la conclusión de que éstos han evolucionado a lo largo de las últimas décadas, debido en gran parte a los recursos tecnológicos con que se cuenta y a las nuevas ideas en materia de lavado de coco a los teleespectadores.
Fíjese. Allá por los setentas salía un viejito botijón con un gorrito ridículo, una camiseta de rayas y un pantalón blanco anunciando el detergente Ariel.
Llegaba con unas fodongas que estaban en el techo de la vecindad y les presentaba el producto que hacía «chaca chaca» sin lavadora automática.
Me encantaba aquel comercial de Selsum Azul: Un estilista llegaba hasta donde estaba sentada una de sus guapérrimas clientas y decía cantando: «Yo no uso Selsum Azul,/ porque no tengo caspa…/» Y le contestba la chica, también con una tonadita: «Ni peloooo».
¡Ahhh! Aquellos comerciales que hacía el Loco Valdez de los Chocorroles, y los de Capulina de los Pingüinos Marinela marcaron parte de mi infancia.
Eran anuncios sencillos, ingenuos, pero llegadores.
En contraste, a treinta años de distancia puedo asegurar que el arte de manipular a los televidentes se ha refinado hasta niveles nunca antes vistos.
Claro que se sigue usando el sexismo implícito en la figura femenina y los subliminales, pero hay también nuevos recursos dirigidos a la psique de los potenciales compradores de shampús, autos, desodorantes y comida chatarra. Veamos.
Bárbara Blade es una reminiscencia de Tom Raider, pero a la mexicana. Una encamable heroina salva la vida de un perrito atrapado en un edificio que está en llamas, pero en el ímpetu de su entrada, cae encima de un apuesto bombero.
La escena termina con Bárbara entregando el caniche a su dueña y haciéndole ojitos al tragahumo. ¿Qué mujer se resistiría a esa idílica invitación y dejaría de comprar Lady Speed Stick?
Otro ejemplo. Sale una tipa llamada Yuya con vocecita de niña malcriada recomendando el agua micelar para todo el cuerpo.
«Agua micelar», dirían muchas y muchos, y se oye apantallador. De hecho, la frase ha vendido millones de botellas de algo que realmente es más común de lo que creen.
El agua micelar no es otra cosa que una solución detergente. Los micelios son partículas disueltas en un líquido. Siempre los ha habido, pero ahora los publicistas de esa marca lo están aprovechando para lograr altas ventas.
¡Qué risa me da el anuncio de QG-5! Está una chamacona con un dolorón de panza queriendo entrar al sanitario, pero un intestino de caricatura llamado Coloncito le impide la entrada.
Aparte de ser algo cruel, resulta ridículo, pero esa es precisamente la trampa de los comerciales que usan subliminales.
Si usted comparte conmigo la pasión de analizar los comerciales de televisión, no deje de hacer sus comentarios a mi correo electrónico [email protected] o por whatsapp.
Termino con el refrán estilo Pegaso: «¡Es imposible que te abstengas de degustar únicamente la unidad!» (¡A que no puedes comer sólo una!)
Posdata: Después les explico el sentido subliminal de la frase.