Por Pegaso
Desde acá arriba, donde acostumbro volar todas las mañanas, veo el brincoteo de los chapulines que saltan de un lado para el otro, de una hierbita a otra, de una hoja seca a una verde.
Sin embargo, cuando me acerco más veo que no son chapulines, sino los políticos que buscan en qué partido acomodarse con miras a participar como candidato a diputado local.
Los priístas se vuelven panistas o morenistas, los panistas se van a MORENA y todo mundo anda viendo dónde le cierran los ojitos para irse acomodando como no queriendo la cosa.
Antes, el tema de la disciplina férrea y la ideología partidista era una ley no escrita del stablishment político de México.
Quien pertenecía al PRI, moría priísta; el que era blanquiazul juraba y perjuraba que cumpliría con los principios doctrinales de Acción Nacional. Y el juramento era de a deveras.
Con el tiempo cambiaron las circunstancias y la nueva normalidad política empezó a campear en el escenario público nacional.
La primera gran defenestración ocurrió en 1988, cuando Cuahutémoc Cárdenas consideró que su partido, el PRI, se había alejado de los principios que le dieron origen en la Revolución Méxicana.
Frente a la imposición de Carlos Salinas De Gortari como candidato del Revolucionario Institucional, Cárdenas, junto a Porfirio Muñoz Ledo y otros prohombres del sistema, decidieron que ya era tiempo de irse a la izquierda.
El hijo de Tata Lázaro aceptó la postulación del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) a la cual se unió el chiquiteaje socialista, como el PPS, el Partido del Frente Cardenista (PFCRN), el Frente Democrático Nacional (FDN), el Partido Social Demócrata (PSD), el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) y el Partido Socialista de los Trabajadores (PST).
Lo demás ya es historia. El pelón ojete quedó de Presidente y Cuatemochas quedó lamiéndose la herida.
Más adelante aparecen en escena otros actores políticos, como Andrés Manuel López Obrador, quien a fuerza de saliva, suela y sudor, tras tres intentos logró ganar la Presidencia de la República con el partido de su invención, MORENA.
Desde que las encuestas le empezaron a ser favorables, MORENA recibió a los priístas de la vieja guardia, los que se curtieron con los ideales revolucionarios, los de la izquierda.
Por ejemplo, Manuel Bartlet, quien estuvo en el torbellino de la política nacional por aquella «caida del sistema» que le dio el gane a Salinas De Gortari frente a Cárdenas, en el colmo de la desfachatez asegura que es más rojillo que Stalin, Mao y Fidel Castro Juntos.
Yo sospecho con el pecho y calculo con… la cabeza, que entre el 40 y el 45% de los priístas ya están en el bando de los morenos en todo el país.
Pero no nos vayamos tan lejos. Ya que esa es la nueva normalidad política, vemos cómo los que fueron diputados, senadores o alcaldes de un partido se brincan a otro, buscando que su capital político sea lo suficientemente atractivo para ser postulados como candidatos a diputados locales.
Que quede bien claro. No es criticable el hecho de que abandonen el partido que los cobijó anteriormente, que les permitió amasar una modesta o una importante fortuna, sino el que lo hagan de manera oportunista e inmoral.
Un caricaturista dibujó al ex líder maquilador priísta, Alberto Lara, acompañado de su ideólogo, Byron Cavazos, colocando el cuadro del PAN en una pared del sindicato, mientras que en un bote de basura yace el logo del PRI junto a la foto de Ángel Tito Rodríguez, ya fallecido, quien era priísta de pura cepa.
Yo, como Pegaso democrático que soy, pienso que los partidos políticos son de todos. A final de cuentas, parte de su sustento viene de nuestros impuestos.
De esa manera, si yo quiero adherirme al PUP, lo puedo hacer, y si no me gusta, me voy al PUM, y así, sucesivamente. La doctrina quedó atrás. Era una forma de esclavitud ideológica que ya se ha roto. Por eso los chapulines vuelan de un lado a otro sin acordarse que apenas ayer defendían a capa y espada los ideales de su anterior partido.
Por eso aquí los dejo con el refrán estilo Pegaso que dice: «Suspendidas las funciones vitales del monarca, ¡exista el monarca!» (Muerto el rey, ¡viva el rey!)