Por Pegaso
Andaba yo surfeando allá, en las más altas capas de la atmósfera, gozando del cálido clima de verano porque esta vez no tuve lana para irme a Cancún o a otro destino turístico de moda.
Y mientras me deslizaba entre cirros y cúmulos me puse a pensar sobre la gran cantidad de gente que se somete por propia voluntad a la acción del bisturí, a la cirugía estética.
Es algo natural querer quitarse unos añitos de encima cuando se tienen arrugas, papada, cachetes y ojeras de más.
El ser humano, vanidoso por naturaleza, siempre buscó la manera de verse más joven de lo que realmente es. Y si cuenta con suficientes billetes, puede incluso cambiar toda su fisonomía, como lo han hecho conocidos delincuentes a lo largo de las últimas décadas.
Si no, recordemos el caso del capo Amado Carrillo, quien murió en la plancha de un quirófano cuando se dabe su restiradita.
Y hablando del submundo del narco, son archiconocidos los casos de bellas féminas que se implantan bubis o nachas para parecer más voluptuosas. Se les conoce con el nombre de buchonas.
En el ámbito de la artisteada los hay de todo tipo, tamaños y sabores.
Lyn May, la célebre vedette mexicana de origen chino, fue una de las pioneras de la cirugía estética. Lleva chorromil operaciones y cada vez se parece más a un alien.
Otros famosos que pasaron por el cuchillo de carnicero, perdón, por las habilidosas manos de un cirujano plástico son: Elba Esther Gordillo, Lucía Méndez, Walter Mercado y Alejandra Guzmán, entre otros, aunque ésta última fue para aumentar las pompas.
A nivel internacional el caso más famoso es el de Michael Jackson, quien no conforme con quitarse media nariz, eliminar el pelo a la afro y adelgazar sus labios hasta se inyectó vitiligo para volverse blanco.
Puedo poner una lista larga de famosos que recurrieron a la cirugía estética para verse mejor o para rejuvenecer su aspecto, pero cansaría a mis tres lectores.
La cirugía estética en cualquiera de sus tipos o manifestaciones, al igual que la droga o el juego, es adictiva.
Tú vas a un establecimiento donde hacen tatuajes para que te dibujen un coqueto corazón en el brazo con tus iniciales y las de tu vieja, pero no va a tardar mucho tiempo para que vayas nuevamente a hacerte otro con el pretexto de que se ve chido.
No es la cirugía en sí, sino el dolor que produce lo que origina esa adicción.
Las actricitas que empiezan su carrera, luego del consabido acostón con el productor, empiezan a buscar la forma de conservarse bellas, de afilarse la nariz o aumentarse los labios, hasta que eso se convierte en una bola de nieve que no va a parar jamás, aunque su cara se convierta en una máscara irreconocible.
Pronto veremos a Rubí, la adolescente que se hizo famosa al subir la invitación de su fiesta a You Tube, quitándose medio kilo de cachete o poniéndose más bubis, qué se yo.
Hay un chiste muy bueno sobre éste tema que a la letra dice:
Se encuentran dos gallegos en la calle y uno le dice al otro:
-Pero Manolo, ¿qué te pasa? Te noto muy preocupado.
Y el tal Manolo le contesta:
-Pues cómo no voy a estarlo, si le presté 100 mil pesos a un tipo para que se hiciera la cirugía plástica ¡y ahora no puedo cobrarle porque no lo reconozco!
Pero no solo los humanos se someten a la cirugía estética.
Va un ricachón por la calle, paseando a sus dos imponentes perros pit bull, los más fieros que había en el pueblo.
Sobre la acera ve sentado a un menesteroso con un perro flacucho y mugroso a un lado.
El catrín le propone una pelea entre uno de sus canes y el del pordiosero, y éste acepta, con la condición de que suelte a los dos al mismo tiempo.
Con una sonrisa de oreja a oreja, el ricachón suelta a los bravos mastines y en un dos por tres, el perro flaco se los come.
Asombrado, le dice al vagabundo: ¿Cómo es posible que pasara esto? Tanto dinero que me costaron estos perros.
El menesteroso le contesta: ¿Y cuánto cree usted que me costó la cirugía plástica de mi cocodrilo?
Los dejo con la siguiente reflexión estilo Pegaso: «¡Oh, sensación punzante, nuevamente incides en mí». (¡Ay, dolor, ya me volviste a dar).