Por Pegaso
Andaba yo volando allá, cerca de un conocido hotel, por el bulevar Hidalgo, donde se realizó una rueda de prensa sobre el tema del aborto.
En esa ruenión se dio a conocer que el próximo día 20 de octubre, en la plaza principal Hidalgo, se realizará una manifestación masiva y simultánea con otras ciudades del país para exigir al nuevo Gobierno Federal que se respete la vida, que no se legalice la interrupción asistida del embarazo.
Tanto la doctora Lety Ascencio, como el doctor Marco Bracho y la señora María Antonieta García de Elizondo, conspicuos miembros del Frente Nacional para la Familia, dieron una serie de datos médicos y estadísticos que revelan la cruda realidad, donde miles de seres indefensos, aún en proceso de formación, son arrancados del vientre materno y tirados a la basura; jovencitas de hasta 14 años o aún menos, muertas a causa de infecciones, traumas psicológicos y suicidios.
Decía la señora Elizondo, quien es también Presidenta de la Cruz Roja, que desde que se juntan las células paternas, óvulo y espermatozoide, ya se puede hablar de un individuo. Al momento en que completa su carga genética, es un ser humano y tiene derecho a la vida. Por esa razón rechazaron el argumento legal que dice que el embarazo se puede interrumpir hasta antes de las 12 semanas de gestación.
Algo que es muy cierto es que durante el embarazo, el producto está completamente indefenso. Atraviesa por varias etapas, cuando el cigoto se implanta en la matriz, luego se convierte en mórula, al multiplicarse las células, luego en blástula, en embrión, en feto y finalmente, en bebé, cuando la madre da a luz.
Pienso, como los miembros del Frente Nacional para la Familia, que el aborto no debe legalizarse, porque todos tenemos derecho a la vida.
Por un lado, lo que se tiene que hacer es que los padres de familia tendrían que enseñar a sus hijas adolescentes a cuidarse ellas mismas, para que no les arrimen el camarón y les hagan colofox a edades tan tempranas.
Hay decenas de casos de niñas embarazadas en los hospitales del sector salud porque no se aguantaron las ganas de jugar a los papás y a las mamás con sus amiguitos.
Por otro lado, hay por lo menos en la ficción un caso en que el feto no está tan indefenso.
Mi amigo Francisco Santibáñez, «El Pichón», creó al superhéroe más joven del mundo: Superfeto.
Superfeto tiene poderes sobrehumanos. Puede patearle fácilmente el trasero a Batman, a Kalimán o al Hombre araña, pero cuando entra en acción debe hacerlo aún con el cordón umbilical, así que su mamá asiste a todas sus batallas. A diferencia de Supermán, que se quita los lentes y el traje, Superfeto sólo tiene que abrir el cierre de la panza de su progenitora y ¡Zas!¡Pum!¡Cuas! Acaba con los malvados.
Yo le tengo una mala noticia a «El Pichón». Su personaje ya no será el superhéroe más joven del mundo. Aquí, en esta columna, crearé al Superembrión, que luchará a muerte contra el supervillano Matasanos y su diabólico secuaz Fórceps.
A menos, claro está, que «El Pichón» no se quiera quedar con la espina clavada y cree a Supermórula, o Superblástula, o Supercigoto.
Mientras se decide, quédense mis dos o tres lectores con el refrán estilo Pegaso que a la letra dice: «Registras con el nombre de Francisco al infante». (Ahí le pones Pancho al niño).