Por Pegaso
Descansando en mi mullido cumulonimbus, ayer por la tarde, me puse a ver un programa de televisión de Tele Aztuerca llamado «Veneneando», con Chapy Patoy, Daniel Ponzoño y Pedro Solita.
Cosa rara en mí porque tales programas por lo general sólo tratan temas vanos, superfluos y baladíes, por ejemplo, entrevistas pendejas sobre la vida amorosa de los artistas, fotos de los papparazis de famosas enseñando calzones, etcétera, etcétera.
Dentro de toda la basura que le meten en la cabeza a los mexicanos, ayer destacó el tema de la adopción de infantes por parte de parejas gay.
Creo que la discusión se generó por una entrevista que le hicieron a la ex guarra de Yuri, hoy convertida en una mujer santa y renovada, en torno al polémico tema.
Ella decía que está en desacuerdo con que una pareja gay adopte un menor porque éste será objeto de bullyng de parte de sus compañeritos, más temprano que tarde.
Por eso mismo, Yuri alega que no es bueno que los jotos adopten niños.
Las palabras de la intérprete de «Pequeño Panda» y «Maldita Primavera» fueron como atizar el fuego, porque de ahí se agarró Daniel Ponzoño para sacar toda la pus que lleva dentro.
Ya mero crucificaba a la diva por atreverse a dar su opinión, recordándole la vida tormentosa que llevó antes y que ahora, por la gracia del espíritu santo, quedó más limpia que una sábana lavada con detergente de comercial televisivo.
Y si bien el tema está para tratarlo de manera seria y responsable, la intervención del sujeto de marras y la aprobación de la cotorra vieja de Chapy Patoy dieron al traste con el debate.
Condenar la opinión de Yuri, en este caso, equivale a coartar el derecho que tiene a la libertad de expresión.
Todo mundo tiene derecho a opinar, a favor o en contra, y más en temas como éste donde la polémica está servida.
Por error sintonicé ese programa, pero a partir de ahora he decidido que nunca más lo volveré a ver, aunque vengan de rodillas a rogarme que lo haga.
La verdad es que el asunto de las adopciones por parte de parejas homoparentales (se oye más bonito que decir «parejas gay», ¿no?) ha dado y seguirá dando mucho de qué hablar.
Cierto, como decía Yuri, que los niños que son adoptados por un matrimonio de dos hombres o de dos mujeres, eventualmente sufrirán por las burlas de sus compañeritos de escuela.
En todo caso, el mal no está en la pareja, porque pueden llegar a ser padres amorosos y de buenos principios, sino en la sociedad misma, que no nos ha educado para ser tolerantes.
La ley establece el derecho de adoptar, si no pueden tener descendientes propios, sin distinguir si son pareja hetero u homosexual.
A su vez, la Constitución consagra el derecho de los niños de tener una familia.
Así pues, si un matrimonio del tipo que sea demuestra tener y cumplir con los requisitos legales, con la solvencia económica y moral necesaria, y el deseo de adoptar, no veo la razón por la cual hay que condenarlo, aún si lo dicen la Biblia, el Corán o el Talmud.
Sin embargo, habría que pensar también en la crueldad de los niños hacia los hijos adoptivos de parejas gay. Ellos no tienen la culpa, ni tampoco han tenido la opción de escoger, y ahí están, sufriendo los efectos de una sociedad homofóbica.
Mi propuesta, si hay alguna pareja gay que me esté leyendo, es que adopten jóvenes mayores de 18 años, edad en la que se supone ya saben lo que quieren y están capacitados para decidir si desean vivir con un matrimonio de hombre-hombre o mujer-mujer.
Así le ahorrarán al pobre niño el trauma generado por las burlas de sus compañeritos.
Ya por último, yo le dedicaría a Daniel Ponzoño la siguiente cancioncita: ¡Tu, tu, tu, tu, tuuuuu!
Los dejo con el refrán estilo Pegaso que a la letra dice: «¡De inmediato procede a colocarlo en una posición inferior dos pequeñas líneas, individuo masculino de la especie Bos taurus!» (¡Ya bájale dos rayitas, güey!)