Por Pegaso
Volando sobre el nublado y lluvioso cielo de Reynosa me pongo a reflexionar sobre cuánta razón tenía el filósofo alemán Arthur Schopenhauer: «El hombre ha hecho de la tierra un infierno para los animales».
El filósofo del pesimismo profundo fue también uno de los primeros en imponer la moda vegetariana porque no le gustaba comerse a esos animalitos tan dulces, tiernos y jugosos… perdón, e inocentes.
Aquí, en Reynosa, para no ir más lejos, los caballos, yeguas y burros son utilizados para tirar de los feos y malolientes carromatos repletos de basura.
Y en cada esquina, para que el cuadrúpedo acelere, el «operador» le asesta fuertes latigazos en las ancas, que después se convierten en llagas, verdugones y laceraciones.
En todo el mundo se disfrutan en la mañana los deliciosos omelettes de huevo. No nos gusta ponernos a imaginar que se trata de los hijos no nacidos de las gallinas.
En la zona centro de la ciudad hay restaurantes especializados en la venta de cabritos. A las mamás cabras se les retiran sus crías de apenas una o dos semanas, y éstas balan desesperadas al verse alejadas de su progenitora, lejos del calor materno y la tibia leche. En el rastro o lugar donde se les sacrifica, el cruel carnicero toma su cuchillo y los degüella para después colocarlos boca abajo para que se desangren, entre estertores de agonía.
Más adelante serán abiertos en canal para extraer las vísceras y empacarlos rumbo a los mejores restaurantes, donde serán consumidos por hambrientos comensales, acompañados con una ricas tortillas de maíz recién hechas y su salsa molcajeteada.
Solemos pensar que en la Naturaleza el lobo es un animal cruel porque caza a sus presas, les entierra los dientes en el cuello, desgarra su carne y luego procede a devorarlos.
Pero nada más lejos de eso. Ningún animal mata a otro por placer, como nosotros lo hacemos en las corridas de toros, sino para subsistencia propia y de sus hijuelos.
Natura les ha dado a los lobos, leones y hienas unos dientes afilados que cortan lo más rápido posible los tendones del cuello para que éstos mueran y su carne sirva de alimento a la jauría.
En el mundo humano, por desgracia, cada vez demandamos más proteína animal porque la población sigue creciendo.
Hemos construido grandes corrales, granjas mecanizadas y toda una serie de artilugios para matar a tanto animal que va a parar a la mesa de los consumidores.
Pero mientras se les engorda con hormonas inyectadas o con grano modificado genéticamente, viven en cámaras de horror que ya las quisieran haber imaginado Wes Craven o Alfred Hichkock para sus películas.
Los cerdos son obligados a estar parados todo el día, sin moverse, mientras están en engorda. Las gallinas son suplementadas con hormonas, y por lo menos podemos ver videos de cómo la cadena Kentucky las deforma tanto que no pueden ni pararse en pie.
Existen autores como el israelí Yuval Noah Harari, quien en su libro «Homo Deus» intenta demostrar que también los animales sienten, que tienen alma y sentimientos, al igual que los humanos, pero que nosotros socarronamente pasamos por alto.
¿Qué derecho tiene el ser humano de torturar de esa manera a los animales?
Yo, Pegaso, no he sufrido la misma suerte que mis primos los caballos, yeguas y burros que tiran de los carretones en Reynosa, porque si algún cabrón me quiere agarrar a latigazos me voy volando.
Por esa razón me parece loable que la alcaldesa Maki Ortiz esté intentando eliminar el viejo y antiestético sistema de recolección de basura por medio de carretones tirados por equinos.
Por desgracia, quedará aún mucho sufrimiento para los animales en este mundo consumista e insensible, como lo decía Schopenhauer hace más de 150 años.
Los dejo con el refrán estilo Pegaso que dice: «Posee un sonido cacofónico, sin embargo, reposa el individuo perteneciente a la clase taxonómica animalia». (Suena mal, pero descansa el animal).