Por Pegaso
Mariano Castro Arenas era un reportero de la sección policíaca de aquella fronteriza ciudad.
Siempre bien informado, siempre al pie del cañón y siempre dispuesto a entrarle a lo que sea, no medía riesgos y muchas veces se ponía a sí mismo en peligro mortal, como ocurrió en cierta ocasión, en el 2001 con motivo de los ataques terroristas en Estados Unidos.
Varias semanas después del desplome de las torres gemelas, corrió por todo occidente, incluyendo México, la psicosis por presuntos envíos de cartas contaminadas con ántrax, una mortal enfermedad que en el pasado acabó con millones de personas.
El Jefe de la Policía Municipal, Teodoro Rodríguez, citó por radio a todos los efectivos de la corporación porque en la colonia La Cañada se había detectado la llegada de un paquete sospechoso, conteniendo quizás las esporas de la fatídica enfermedad.
Los dueños de la casa pensaban que se trataba de algún ataque terrorista porque el envío procedía de Nueva York.
Así pues, Castro Arenas llegó al domicilio que ya estaba acordonado por elementos de la policía y bomberos.
Mientras el comandante Rodríguez daba cuenta al resto de los periodistas de los detalles, Castro Arenas llegó hasta la mesa donde estaba el objeto sospechoso y lo empezó a acomodar para tomar el mejor ángulo posible.
Al ver eso, el comandante, los bomberos y el resto de los asistentes se echaron a reír estruendosamente.
Castro Arenas, sin comprender aún el alcance de su acción, sólo se limitó a decir: “Ya tengo la mejor foto para mi periódico”.