Por Pegaso
¡Ahhhh! Me encantan los comerciales antiguos.
Recostado en mi cumulonimbus favorito reviso una y otra vez los videos con recopilaciones de anuncios de los años ochenta y noventa, quizás una de las etapas más creativas en la historia de la publicidad en México.
Y cuando digo comerciales viejos, el primero que viene a mi mente es aquel anuncio del shampú anticaspa Celsum Azul, donde sale un estilista con el frasco del producto en la mano diciendo: «Yo no uso Celsum azul porque no tengo caspa…» Y enseguida, una curvilínea y sonriente chica le quita el chuchuluco y dice: «¡Ni pelo!»
También aquel anuncio de Manchester donde sale Lucía Méndez vestida sólo con una camisa de hombre: «Y como a este señor le queda mejor que a mí, pues se la presto»,-decía la diva, y procedía a desabotonarse la prenda.
Durante mis años de Pegaso chaval ví miles de comerciales, unos buenos, otros malos, pero todos con la intención de venderte algo.
Los estribillos y las frases se quedaron en el inconscientes colectivo al paso de los años y muchos de ellos todavía son recordados.
«A que no puedes comer sólo una»,-decía el anuncio de Sabritas.
Otros comerciales que fueron muy pegajosos en su momento: «Estás en edad de Bing», «Lo importante es que sea Jell-O», «Sony, mi mejor equipo», «¡Pega de locuraaaaa!», «Para hombres que dejan huella», «El apapacho que alivia», «Un bombazo de sabor», «Tal como mi bebé», «Los zapatitos más chavitos», «Yo soy la planta de Jumex», «Tu cuate de chocolate», «¡Echale conejo!»…
Cada determinados minutos se interrumpía el programa de El Chavo del Ocho o el de Chabelo para transmitir los odiosos comerciales, como aquel del mamón gansito Marinela que decía: «¡Recuérdame!».
Pero nos regocijábamos cuando salía una güera sabrosona con una caguama en mano y terminaba con la frase: «La rubia que todos quieren».
¡Ahhh, qué tiempos aquellos!
Y aunque la calidad y contenido de los comerciales de televisión han evolucionado, como todo en este mundo, los móviles son los mismos: Vender, convencer al público de que el producto que promocionan es el mejor.
Algunos de ellos, como los cereales que tienen un pobre contenido alimenticio pretenden hacer creer que al consumirlos alguien se va a convertir en campeón de futbol.
Como al principio nadie se los creía, pronto vieron que al colocar un letrerito que decía: «Adicionado con vitaminas A, B, C, D y todas las demás, podían pasar como alimentos saludables. Y la recomendación final: «Aliméntate sanamente».
La publicidad comercial tiene algo de perverso.
Si los mensajes de los ochenta y noventa nos lavaron el coco para comprar más gansitos, fantas y jabones de lavar, se debe a su contenido subliminal, una forma de llegar al subconsciente de la gente sin que se de cuenta.
Y muchas veces, escondidos en las palabras, venían mensajes sexuales que movían el botoncito del morbo.
Así ocurrió durante décadas con el anuncio de la estación de radio RCN que decía: «RCN, ¡la que le gusta a usted»!
¿No suena a albur?
Y el anuncio de dulces: «Si no tiene hoyo, no es salvavidas».
Hasta la fecha, a una amante también se le dice «salvavidas», en reminiscencia de ese comercial, precisamente.
Decía que los anuncios han evolucionado.
Hoy las producciones ya no son tan ingenuas. Las técnicas que se utilizan son parecidas a las de Holiwood, y por ejemplo, la televisión nos bombardea con anuncios de Bárbara Blade que promociona Lady Speed Steak, un desodorante para el sector femenino joven porque, ¿qué chamacona no quisiera tener un sinfín de aventuras exóticas a los Angelina Julie en Tom Raider?
Pancho Pantera también cambió, y de ser un rancherito chaparrito y panzón con un enorme sombrero, pasó a ser un puberto fortachón de ojos vivaces y sí, con el mismo sombrero.
Yo termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: «Evocar experiencias previas equivale a mantener las funciones vitales». (Recordar es vivir).