Por Pegaso
Aquí, recostado muellemente en mi cumulonimbos favorito, me puse a ver y analizar el espeluznante video que subió a las redes sociales mi apreciado y fino amigo El Pichón, donde se ve claramente cómo arteros ciudadanos disparan impunemente sobre indefensos y cándidos delincuentes.
Para empezar, déjenme decirles que los cacos no tienen la culpa de ser lo que son. La mayoría de ellos, durante su tierna infancia, o fueron explotados por sus padres o vivieron condiciones de extrema pobreza y violencia intrafamiliar.
Crecieron con grandes estrecheces económicas. Posiblemente no pudieron ir a la escuela por falta de recursos económicos.
Cuando eran pubertos, se dieron cuenta del gran desequilibrio que hay entre las clases sociales. Por un lado, los ricos del barrio que solían pasearse descaradamente y sin recato por las calles, presumiento vehículos de reciente modelo, con buena ropa, joyas y encamables chicas colgadas del brazo, presumiendo sus pingües billeteras repletas de dólares.
¿Qué chamaco zarrapastroso va a resistir esa imagen sin que se quiebre su tierna mentecita y decida desde ese momento irse por el camino del crimen?
-Yo voy a ser como fulano,-se dicen a sí mismos. Y empiezan precozmente su carrera delictiva.
Se consiguen alguna navaja o una pistola y empiezan a delinquir, a fin de conseguir aquello que tanto anhelan y que otros tienen de sobra.
Al paso del tiempo, se van endureciendo. Cambia su mirada, tornándose fiera y carente de sentimientos.
A los veinte años son consumados ladrones, y a los treinta, si llegan con vida, ya pueden traspasar sus conocimientos a las nuevas generaciones que vienen empujando fuerte.
Me espanté con el video de El Pichón.
Lo que ví es que aquellos ladronzuelos, aguijoneados tal vez por el hambre, motivados por su anterior vida de extrema pobreza, se animan a lanzarse en pos de una riesgosa empresa: Quitarles sus pertenencias a los demás.
Pero, ¿qué se encuentran? A un feroz ciudadano dispuesto a defender sus posesiones con tremebunda arma de fuego, el cual dispara sobre la humanidad del pobre y desvalido amante de lo ajeno. El primero se va tranquilo, enfundando de nuevo su arma, en tanto que el infeliz ladronzuelo queda con un hoyo en la barriga, retorciéndose en el suelo hasta expirar.
Esto me mueve a reflexión.
Pienso que los legisladores deben presentar alguna iniciativa para que los pobres e indefensos delincuentes también puedan contar con seguridad social, seguro de vida, fondo de ahorro, caja de ahorro, INFONAVIT, aguinaldo y prima vacional, como todo el mundo.
Cuando ocurra que quiera asaltar a alguien, sabe que estará expuesto a riesgos de trabajo y podrá acceder a los beneficios que la ley laboral le otorga.
Así pues, son las asimetrías sociales, es decir, las carencias más marcadas por un lado y por el otro, la abundancia pantagruélica, las que generan poblaciones depauperadas de donde salen hordas de delincuentes.
Ya lo decía Platón en La República: En una sociedad donde todos somos iguales, el crimen no existe.
Por supuesto que este ensayo está escrito en un tono irónico, son situaciones caricaturizadas, pero el trasfondo es el mismo desde tiempos de la Grecia Clásica, donde se decía que había tres clases de hombres: Los de oro, los de plata y los de hierro.
Va el refrán estilo Pegaso: «En primer término, mis piezas dentales y posteriormente mis consanguíneos». (Primero mis dientes y luego mis parientes).