Por Pegaso
Aquí les va un spoiler de la popular serie de Netflix “El Juego del Calamar”. Quienes no gusten de los spoilers porque prefieren ver la serie o película completita sin saber su desenlace, sáltese hasta donde dice: “Y ahora viene el refrán estilo Pegaso”.
Resulta que un grupo de vagos, malvivientes, delincuentes y cochambrosos personajes coreanos son tentados por una organización multinacional de millonetas que quieren divertirse con el sudor y la sangre de los demás.
Los ponen a jugar sangrientos juegos infantiles, donde la muerte los espera a cada paso.
Empiezan como chorrocientos, pero rápidamente van cayendo como moscas bajo las balas criminales de los esbirros, hasta que queda un grupo reducido.
La recompensa, para quien quede vivo y gane los seis juegos, es una inmensa fortuna que se va acumulando en una esfera gigante, conforme mueren los participantes.
Con ese dinero, el triunfador podrá pagar todas sus deudas y vivir cómodamente por el resto de sus días.
Hay un viejito que a final de cuentas resulta ser uno de los personajes centrales.
Primero, aparece como uno de tantos jugadores, que gracias a su astucia logra superar los cuatro primeros juegos, hasta que es eliminado en el de canicas.
Al final quedan el protagonista principal, un don nadie que tiene a su anciana madre enferma, una joven ladrona originaria de Corea del Norte y un jugador de bolsa venido a menos.
Después de algunas escenas estrujantes, el jugador de bolsa mata a la norcoreana y quedan los dos últimos sobrevivientes, los cuales se enfrentan a muerte en el último juego, llamado precisamente, “El Juego del Calamar”.
Se agarran a cuchilladas, ganando finalmente el don nadie, pero no mata a su rival. Así que este, en una acción última de nobleza, se clava el cuchillo en el cuello y muere tendido en el campo.
Sale el don nadie, fuertemente impactado por todo lo que vivió, con una gran fortuna, va a visitar a su madre, pero resulta que esta ya estaba muerta.
Meditabundo, cabizbajo y achicopalado, recorre las calles de Seúl, hasta que recibe una llamada misteriosa.
Va al lugar que le indican y ¿qué es lo que ve? ¡Al pinche viejito que supuestamente había eliminado en el juego de las canicas!
¡Él había urdido todo ese sangriento espectáculo junto con otros multimillonetas que se hacen llamar “Los VIP”!
Le propone al don nadie un último juego y finalmente muere en su lecho, dejando una frase que dice más o menos así: “¿En qué se parecen los que nada tienen a los que son inmensamente ricos? ¡A que nada los divierte!”
Y es cierto. Cuando estás jodido, sólo piensas en llenar la panza. Si tienes familia, a buscar la forma de conseguir lo necesario para que puedan sobrevivir los chamacos y la chata.
Por el lado contrario, cuando eres asquerosamente rico, ya lo has experimentado todo y no hay cosa en el mundo que llene ese vacío que sientes. Entonces, le entras a lo que sea, incluso a situaciones ilegales, porque a final de cuentas, el dinero te compra impunidad.
“El Juego del Calamar” plantea precisamente esa reflexión: ¿Qué no podrán hacer los dueños del mundo para divertirse? ¿Crear guerras? ¿Inventar epidemias?
Recientemente vi en un video cómo algunas personas en Estados Unidos ponen en el banquillo de los acusados a Elon Musk, el dueño de Tesla Motors y muchas empresas más, considerado por la revista Forbes como el hombre más rico del planeta, quien ha ocultado deliberadamente a los medios de comunicación toda información de su familia o de sus actividades personales.
Situaciones como esa hacen explotar las neuronas de los de por sí neuróticos gringos y permiten que afloren todo tipo de teorías conspiranoicas.
Y ahora viene el refrán estilo Pegaso: “¡Míseros acaudalados, cuán compasivos sentimientos me producen”. (¡Pobres ricos, qué lástima me dan).