Por Pegaso
Sentado muellemente en mi nubecilla viajera observo la fotografía de mi boda que está sobre el buró y me hago la pregunta obligatoria: ¿A dónde diablos se fue todo ese ensortijado y obscuro pelo que tenía de chavo?
La calvicie, también llamada alopecia, es una condición en la cual se produce una pérdida o rarefacción del cabello.
Es mucho más común en el hombre (95%) que en la mujer (5%). La hay de distintos tipos, de acuerdo con el factor que la provoca, siendo el hereditario el más común.
Tenemos la alopecia androgénica, la cual se subdivide en alopecia areata, donde la pérdida del cabello se circunscribe a una sola región de la cabeza, la alopecia universal, que se extiende a toda o a casi toda la superficie craneal y la calvicie cicatricial, provocada por una herida o infección en la cabeza.
Luego de ésta introducción (Nota de la redacción: ¿Tan temprano y albureando, Pegaso?) procedo a analizar cómo la alopecia impacta a las personas que la padecen y la manera en que los calvos son vistos en la sociedad.
Para empezar, un sujeto sin pelo es un punto de referencia geográfico.
Vamos por una calle y preguntamos por una dirección particular. El individuo al que nos dirigimos nos dice: «¡Ah, sí! Mire, se va todo derecho hasta donde está aquel calvito y luego tuerce a la izquierda…»
Pero a decir verdad, en cuestión de calvos yo he escuchado más alagos que vituperios. Por ejemplo, dicen que los calvos son mejores amantes.
Los calvos también pueden ser modelos de televisión, como en aquel clásico anuncio donde se ve a un sujeto de abundante pelo en una boutique de belleza que dice: «Yo no uso Celsum Azul, porque no tengo caspa… y luego aparece una atractiva joven quitándole el chuchuluco… ¡Ni pelo!»
Es fama pública que los pelones son más inteligentes que el resto de la Humanidad.
En la oficina alguien ve al nuevo Director de Compras y comenta con su vecino de escritorio: ¡Mira, mira! Ya llegó el señor Turrubiates.
El tal Turrubiates, por supuesto, es más calvo que una sandía rasurada.
Le contesta el amigo: ¡Sí! Y dicen que es una cabeza muy brillante.
El otro sigue con la broma: Claro que sí, si hasta se le traslucen las ideas y además, no tiene un pelo de tonto, Ja, ja, ja.
Las bromas para quienes padecen alopecia y no han superado el trauma de su condición pueden ser muy crueles, pero para los que cuentan aún con una rotunda mata de pelo son la mar de divertidas.
Está un señor platicando con un amigo, preocupado por su incipiente alopecia y éste le dice: Hay un remedio infalible. Ve a la orilla del río y busca popó de caballo fresca, luego ve a tu casa y úntatela en la cabeza.
Le contesta el calvo: ¿Y con eso me va a crecer de nuevo el pelo?
Puede que no, dice el amigo, pero de que te va a salir pasto, te va a salir.
Otro chiste de calvitos: Un agente viajero que era más calvo que Salinas de Gortari decide darle una sorpresa a su esposa. En un pueblo cercano se compró una peluca que lo hacía verse diez años más joven. Esa tarde le dice a su mujer que llegará hasta el día siguiente por un asunto de negocios. Queriendo darle la sorpresa, en la noche llega a su casa y toca la ventana. La esposa abre y le dice en voz quedita: ¡Pasa ya, que el pelón vuelve hasta mañana!
Un jorobado va caminando por una calle y en la otra acera le pregunta un tipo calvo: ¿Qué llevas en la mochila? A lo que el jorobado le contesta: ¡Tu peine, hijoepú!
En una cantina entra un individuo de larga cabellera y pide una cerveza. Después de consumir el néctar sale rápidamente y le dice al barman: ¡La banda de los melenudos nunca paga!
Una o dos horas depués llega otro sujeto con las mismas características, vuelve a pedir un trago y cuando lo termina, sale corriendo: ¡La banda de los melenudos nunca paga!
Ya casi de madrugada entra un calvito y pide también una chela.
Algo mosqueado por las dos experiencias anteriores, el cantinero le entrega la cerveza.
El pelón se la toma y al terminar, dice: ¡La banda de los melenudos nunca paga!, pero el cantinero lo detiene rápidamente y le dice: Óigame, usted no pertenece a la banda de los melenudos.
Y el tipo de contesta: ¡Shhhtttt! Es que ando encubierto.
Están el Dr. Malito y Mini mí en el reclusorio donde los puso Austin Powers y deciden escaparse con la ayuda de los demás internos.
Entre todos preparan un ingenioso plan para escabullirse, sin embargo, el reflejo de sus brillosos cráneos los delata, y pronto están de nuevo en sus celdas.
Por supuesto, que el tema se presta a mil y un albures que no tiene caso replicarlos en este espacio.
Baste decir que quedarse calvo no es el fin del mundo porque hay mil y una soluciones, como la de la del pasto. O también la de comprar un simpático bisoñé, o gastarse unos cuantos dolarillos para injertarse pelo nuevo.
Como en todo suceso traumático, el afectado tiene que pasar por una serie de etapas antes de resignarse a tener cabeza de foco:
Fase número 1: Negación. El sujeto dice: ¡No! ¡No me puede estar pasando a mí! Mi padre parecía bola de billar, pero, ¿por qué a mí?
Fase número 2: Negociación. El calvo empieza a decirse a sí mismo o a quienes lo rodean: Bueno, dicen que los calvos son mejores amantes y más inteligentes.
Fase número 3: Resignación. Sucede cuando el sujeto ha decidido aceptarlo y buscar alguna solución, como comprar un peluquín, injertarse pelo o quedarse como referencia geográfica para viajeros perdidos.
Así pues, yo ya me estoy saltando las dos primeras fases y desde ahora les digo que estoy resignado a tener cabeza de rodilla.
En la secundaria yo tenía un pelo abundante, casi casi a la afro.
Pasaron treinta y cinco años y gracias a la magia de Internet me vuelvo a encontrar a mis cuates de aquel entonces.
Lo primero que comentó en su cuenta de Facebook una de mis amigas fue: ¡Si vieran las entradas que tiene Pegaso!
Por eso mismo mejor nos quedamos con el refrán mexicano que dice: «La oportunidad generalmente es descrita con alopecia». (A la ocasión la pintan calva).