Por Pegaso
¡Oiga, joven! Andaba yo volando, como quien dice, allá, por el centro de la ciudá y viera asté qué calorón tan canijo.
Y yo veía a muchas changuitas y changuitos sufriendo las de Caín porque el sol estaba bien canijo.
Aluego me fui a comprar una agua de esas que venden y que salen bien caras, y no es que yo sea entrometido, porque luego dicen que uno es medio chismoso, como diciendo, este individuo jovenazo y bien parecido anda queriendo meterse en lo que no le incumbe, pero ¡no hay derecho! Si el agua de la COMAPA les cuesta cinco centavos y ellos la venden a quince pesos.
Ya le decía yo a mi compadre Chon: “Compadre, hay que darle gusto al cuerpo, porque el mundo se va a acabar”, y creo que sí, porque cada vez la calor está más dura.
Si hasta… hasta la semana pasada yo iba pasando por una calle y vi un abanico bien bonito, y me dije a mí mismo: Mí mismo, ¿qué hace aquí solito este abanico? Y ya lo llevaba yo cargando, viéndolo todo así, bonito, blanco, si ya hasta le había agarrado cariño al condenado.
Y de repente, ¡que me ve un gendarme y empieza a perseguirme por la calle Morelos!
¡Pos no me llevó a la jefatura de policía! Y aluego empezaron a preguntarme por mis generales y yo les dije: Mi general Alvaro Obregón, mi general Pancho Villa y mi general Emiliano Zapata.
Uno de los gendarmes como que se me quiso poner al brinco y que le contesto: “¡Oiga usté, no sea igualado! No está hablando con cualquier persona: ¡Yo soy el acusado!”
Ahora que con esta calor se antoja estar en alguna playa con tu changuita, meciéndote en una hamaca, sabroso, disfrutando de la vida, y no es por nada, pero ya estoy juntando de lo que me sobra de la albañileada para pagar lo que cuesta un penjáus de lujo en Cancún.
Y aquí seguimos, aguantando las altas temperaturas y extrañando aquellos friecitos de enero que estuvieron bien sabrosos. ¡A s’s órdenes, jefe!