Por Pegaso
Volando allá, cerca de la estratósfera, donde el calorcito se siente más a toda madre y dan ganas de ir a La Playita a echarse un chapuzón, me di cuenta de la facilidad con que cualquier hijo de vecina puede conseguir un arma de fuego en gringolandia.
Aquí nomás, pasando el puente, hay chorromil tiendas de venta de armas de fuego; pero también las tiendas de autodescuento tienen un departamento donde se comercializan esos artilugios de muerte.
En México resulta casi imposible conseguir una simple pistolita calibre 22 mm. Tienes que ir a la Capital del País, a una tienda que pertenece a la SEDENA, llenar miles de formularios donde especifiques para qué la quieres, si sabes manejarla, si tienes propiedades, si hiciste el servicio militar, si tienes el CURP, el acta de nacimiento y hasta la de defunción.
Cuando ya logras comprar carísima el arma, siempre te van a tener vigilado y para donde vayas tienes que cargar el permiso o mantenerla dentro de tu casa, si no, te haces acreedor a un multón marca diablo, a la cárcel y posiblemente hasta te fusilen.
Bueno, esos son los requisitos, responsabilidades y sanciones para la gente común y corriente, para la gente que sólo busca defenderse de tanta inseguridad.
Contra los delincuentes, sin embargo, nuestras heroicas autoridades son muy relajadas. Un convoy de soldados puede pasar por delante de un puntero que trae un pistolón de miedo al cinto y nada más lo saludan.
Cientos de miles de armas entran al país anualmente. Dijo Ricardo Canaya, en el evento que tuvo este martes en el Gimnasio de la UAT que son alrededor de 200 mil.
¿Cuántas de esas armas pueden estar manchadas de sangre inocente?
La facilidad con que se pueden comprar armas en los Estados Unidos repercute en México porque son las mismas que se utilizan para librar la guerra entre grupos rivales de la delincuencia organizada, o entre esos mismos grupos y las fuerzas gubernamentales.
Sólo que los daños colaterales parecen multiplicarse.
Hombres, mujeres y niños inocentes han caído bajo las balas criminales.
El negocio más grande de los gringos no son las hamburguesas. Son las armas.
Y como todo lo que mandan los pelos de elote a nuestro país es de lo más chafa, la basura, lo que no sirve o lo defectuoso, ¡pues resulta que también las armas son de lo más corriente!
Por eso hay tanto muertito, porque las pistolas, los rifles y fusiles tiran chueco y las balas que iban a un soldado acaban en la cabeza de un niño. ¡Sólo de esa forma se explica que los malos tengan tan mala puntería!.
Había hace unas décadas un programa de televisión que se transmitía en el Canal 9 de Televisa llamado La Carabina de Ambrosio.
Actuaban entre otros artistas cómicos, Paco Stanley, Jorge Arvizu «El Tata», Beto «El Boticario» y Chabelo, con el candente baile de Gina Montes, mujer brasileira bahía Guanabara.
De acuerdo con la definición de Wikipedia, decir que algo es como La Carabina de Ambrosio es referirse a algo inútil o que no sirve para lo que fue creado.
Dicha expresión procede de España, de un atracador andaluz del Siglo XIX que asaltaba en los caminos con una carabina que no estaba cargada con pólvora, sino con semillas de cañamones o algún otro tipo de perdigón inofensivo.
El logotipo del programa era, por supuesto, una carabina que arrojaba una bala redonda que sólo alcanzaba una corta distancia y rebotaba en el suelo varias veces.
Las armas que venden los gringos a los grupos mexicanos de la delincuencia organizada son técnicamente «carabinas de Ambrosio».
Y así, nos quedamos con el refrán estilo Pegaso que dice así: «¿Negabas que podías lanzar un proyectil, pequeña arma de fuego?». (¿No que no disparabas, pistolita?)