Por Pegaso
El coronavirus debe muchas muertes y enfermos a una serie de simpatiquísimos personajes que la televisión nos ha metido en el subconsciente durante décadas.
Somos una generación de gordos e hipertensos. Hoy por hoy, el País ocupa el segundo lugar en obesidad a nivel mundial y un lugar destacado en incidencia del Síndrome Metabólico, que incluye colesterol y triglicéridos altos, arteriosclerosis y cardiopatías.
Los especialistas en nutrición identifican cinco “venenos blancos”: La grasa, la harina, el azúcar, la sal y la leche.
Estos son los ingredientes principales de una pléyade de alimentos chatarra que se venden en cada tienda de la esquina o en cada cooperativa escolar.
Pero mientras chicos y grandes disfrutan de su sabor y textura, ganando en peso y en enfermedades crónicas, los propietarios de esas empresas se vuelven asquerosamente millonarios, como el tal Lorenzo Servilje, propietario del Grupo Bombo.
Los mexicanos nos hemos dejado seducir por una pléyade de tiernos, dulces y adorables personajes.
La lista es encabezada por el Osito Bombo, que anuncia una línea de panecillos ricos en gluten, azúcar y grasa.
El Tigre Coño promete hacer un “tigre de ti”, siempre y cuando consumas las altamente calóricas Zutaritas de Kollog´s.
Mientras tanto, Chancho Pantera te ofrece un rico licuado de Coco Milk y te invita a “pancherizarte” con llamativos anuncios televisivos.
En Navidad, el rechoncho y rubicundo Sancho Clós recomienda consumir Caca Cola, un veneno más negro que mi conciencia, donde, por cada botella, se incluyen por lo menos diez cucharadas soperas de azúcar.
Y para los más peques, el Guepardo Chito les ofrece una rica botana con harina inflada y aderezo artificial de queso, con más sal que el equipo mexicano de Futbol en finales de penalties.
Mexicalpan de las Tunas es un verdadero paraíso para los alimentos chatarras y botanas de alto contenido calórico, pero también para los publicistas, que nos los ponen como si fueran alimentos altamente nutritivos, que nos convierten en campeones o en amigos populares.
Lo cierto es que toda esa basura que nos han metido a la mente durante muchas décadas, es ahora la causa de miles de muertes y cientos de miles de enfermos de COVID-19.
La pandemia nos agarró desprevenidos. Si hubiéramos sido precavidos, nos habríamos puesto a dieta de pastelillos y botanas al menos durante un año antes de que llegara al País.
Aunque no estoy muy seguro de eso, porque a pesar de la evidente amenaza, seguiríamos retacándonos de Jabritas, Chotorroles, Tasquis, Chorromaiz, Chitos, Pengüinos, Sobmarinos y todo tipo de sabrosas golosinas que nos hacen engordar y tapan nuestras arterias.
Ayer fui de compras a una tienda de autoservicio. En los anaqueles donde había distintas marcas de cereales, las más baratas eran aquellas presentaciones con alto contenido de azúcar y harina refinada. Los precios variaban entre los 35 y los 50 pesos por caja.
Por el contrario, sabedores de que la tendencia mundial es hacia los alimentos más light o con mayor contenido de fibra y proteínas, las empresas ponen a disposición del público nuevas presentaciones con más nutrientes, cuyos costos oscilan entre 150 y 150 pesos por caja, o incluso más.
Con poco dinero en el bolsillo, ¿por cuál nos vamos a decidir?
Yo por eso odio al pinche Osito Bombo, y de paso al Gansito Marinuela.
No los trago, literalmente hablando.
Termino con la frase al estilo Pegaso: “Mantén reminiscencias de mi persona”. (¡Recuérdame!)