Por Pegaso
Hoy haré una apología del chayote.
Le han cantado al amor, han alabado a la amistad y han compuesto poemas, odas, églogas y epopeyas a casi todo, pero no al chayote.
Empezaré diciendo que el chayote es el fruto de un planta cucurbitácea (Sechium edule) que tiene amplio uso como hortaliza.
Se trata de una planta trepadora perenne, monoica y vivípara de tallos aristados y lisos, hasta de 15 metros de largo, muy ramificada. Los tallos tienen cordones de fibras largas y fuertes. Los bejucos crecen de una cepa permanente y duran de un año a dos.
De un nudo del tallo brota un zarcillo, de base larga y fuerte que termina en tres o cuatro ramitas, una de ellas más gruesa y larga que las otras.
El chayote tiene un alto valor nutrimental, ya que cada 100 gramos aportan hasta 0.82 gramos de proteínas, 4.51 gramos de azúcares y 1.7 gramos de fibra alimenticia, además de vitaminas como el retinol, la tiamina, la riboflavina, niacina y otras del grupo B, así como una gama completa de minerales.
Hay distintos tipos de chayote, pero los más frecuentes son el liso y el espinoso. En particular, éste último es muy popular entre los batalladores miembros del gremio periodístico y reporteril desde hace muchos, muchos ayeres.
Porque la palabra chayote también se refiere a la dádiva que recibe un reportero o columnista por expresarse bien, de manera escrita, hablada o audiovisual, de un político, de una dependencia gubernamental y hasta de una empresa. (El Economista, Manuel Ajenjo, 07 de octubre de 2013).
Resulta que en la década de los cincuenta o sesenta, un Gobernador de Tlaxcala invitó a un grupo de periodistas chilangos a recorrer el campo, afectado por la sequía; se les iba a mostrar el flamante sistema de riego que el Gobierno había construido para beneficio de los agricultores.
Los reporteros viajaban en un camión y pudieron constatar que, efectivamente, la sequía había causado estragos en aquel campo antes tan fértil.
Fue en ese momento cuando el Jefe de Prensa del Gobernador recorrió el pasillo del camión entregando un sobre a cada uno de los invitados, quienes los abrieron y vieron que contenía varios billetes.
Entonces, un agudo reportero, cuyo nombre no ha guardado la historia, dijo a sus compañeros: “¿Ya vieron qué verdes están los chayotes de aquel sembradío?” Y de ahí pa’l real, se asoció la palabra chayote con la dádiva que se da, o se daba a los periodistas.
Porque he de anunciarles algo a mis dos o tres lectores: La sagrada, galana y rancia tradición del chayote ha muerto.
También se le ha llamado embute o chayo, pero siempre fue una herramienta eficaz para que los políticos pudieran obtener publicidad positiva relativamente barata.
Me acuerdo que con Cavazos Lerma y los primeros años de Tomás Yárrington, al concluir cada visita se hacían kilométricas colas que parecían de tortillería, para recibir el sobre.
No me tocaron los tiempos gloriosos del chayote, pero definitivamente pienso que esa tradición ha pasado a mejor vida.
Ahora, la mayoría de quienes nos dedicamos al sufrido trabajo del periodista, nos hemos sacudido el yugo de las grandes empresas y trabajamos por nuestra cuenta, cumpliendo con los requisitos que marca la ley para firmar contratos con los gobiernos.
Réquiem para el chayote.