Por Pegaso
Yo sólo quiero decir una cosa: ¡%$#)(/&»?&%$!
¿Por qué tan fúrica expresión?-se preguntarán mis dos o tres lectores.
Porque después de volar por los límpidos y fríos cielos de Reynosa… Reynosa es un pueblito con crepúsculos arrebolados… (Nota de la Redacción: Ya le entró otra vez a Pegaso el síndrome de Jaimito el Cartero).
Decía yo que al leer un medio nacional de comunicación me di cuenta que ser político es uno de los negocios más redituables del país.
Mientras que a millones de personas nos está llevando el tren, por no decir una palabra que suena a majadería pero empieza con LA y termina con CHINGADA, los políticos se pasan la vida rascándose la barriga en sus apoltronadas sillas.
El político no nace, se hace. Desde muy pequeño ve cómo sus padres, parientes o conocidos viven una vida regalada gracias al dinero que todos pagamos con nuestros impuestos.
Cuando crece, se cobija bajo la sombra de un padrino y éste lo empuja para que vaya escalando hacia puestos cada vez mejores.
Por supuesto que para subir cada escalón debe ponerse las rodilleras y besar muchos traseros, pero a final de cuentas logra obtener un puesto público y a partir de ahí, ya no lo soltará más que muerto.
Desde directores de dependencia hasta Secretarios de Estado y Presidentes de la República, los políticos engordan gracias al dinero que todos aportamos.
Los diputados y senadores se autorizan prestaciones rocambolescas y salarios abultados para darse una vida regalada.
¡Bueno, hasta el Príncipe de Gales o el Rey de España les quedan pendejos!
Leía yo que los expresidentes de la República, aparte de tener su pensión vitalicia, cuentan con un beneficio adicional que hasta ahora estaba oculto para el grueso de los mexicanos, que tenemos que amarrarnos la tripa para que ellos puedan degustar los más exquisitos manjares.
Ahora se sabe que cada uno de los exmandatarios vivos, llámense Salinas, Zedillo, Fox o Calderón, gozan de un pingüe fondo de ahorro que se decretó allá por el año 1998.
Fue Ernesto Zedillo, precisamente, el que pensó que sería bueno que los exmandatarios tuvieran un cochinito para que, al terminar el sexenio, pudieran vivir sin preocupaciones económicas por el resto de su vida.
Ya me imagino yo que un presidente se retire a la vida privada-después de ejercer tanto poder y de tener en sus manos billones y billones de pesos-, sin un cinco en la bolsa.
Eso es impensable.
El más pendejo siempre clava una buena lana en algún paraíso fiscal, como las Islas Caimán o invierte en bonos del tesoro en Suiza, o compra acciones de Google.
Y mientras tanto, el resto de los mexicanos ¡chínguense!
Hay que pagar impuestos hasta por respirar. Me decía apenas anoche un amigo que México es el país donde más contribuciones fiscales se dan, y hay casos en que tributamos hasta tres veces por un mismo concepto.
Lo que más coraje me da es que todo ese saqueo lo hacen legal. Elaboran leyes para premiarse a sí mismos, para garantizar la tranquilidad económica de ellos y sus descendientes hasta la vigésima generación.
Nótese que aquí no estamos contando las fortunas que se amasan por medios ilegales.
En contraste, el trabajador cada vez gana menos y cada día los precios de los alimentos, gasolina y electricidad van subiendo.
A este ritmo que vamos, México será un país exclusivamente de ricos, porque los pobres, que somos el 99.9%, pereceremos de inanición.
Quédense con el refrán estilo Pegaso: «Procedan a traducir la ausencia total de sonido que me caracteriza». (Interpreten mi silencio).