Por Pegaso
El virus SARS-COV-2, mejor conocido como COVID-19, es causante de una enfermedad muy extraña.
Como si supiera nuestras debilidades.
Ya que más del 60% de los que la han sufrido padecen alguna forma de Síndrome Metabólico (hipertensión arterial, obesidad mórbida, diabetes mellitus, enfermedades cardíacas, colesterol y triglicéridos elevados), provocado por la mala alimentación y el sedentarismo, el ingreso del virus al cuerpo de la persona se ve facilitado y magnifica dichas condiciones mórbidas.
Una vez hasta entré a la moda de las conspiraciones, al afirmar que el coronavirus fue un organismo diseñado para castigar los pecados capitales, los cuales, curiosamente, coinciden con el Síndrome Metabólico: La soberbia (hipertensión arterial), la gula (diabetes mellitus), la avaricia (enfermedades cardíacas), la ira (diabetes mellitus), la lujuria (enfermedades cardíacas), la pereza (diabetes mellitus, obesidad mórbida) y la envidia (hipertensión arterial).
Pero fuera de especulaciones conspiranoicas, esta tercera ola nos está enseñando varias cosas:
1.- Que a mayor movilidad de la población, mayor contagio.
2.- Que a pesar del avance de la vacunación, el virus puede afectar a pacientes inmunizados.
3.- Que cada vez ataca a personas más jóvenes.
Es por eso que afirmo que este virus es muy extraño, porque es menor la posibilidad de contagio si estamos vacunados, lo que de alguna manera ha provocado que el COVID “voltée” hacia los que aún no reciben la vacuna, es decir, la chaviza.
Yo no defiendo que se obligue a los niños de educación básica a retornar a las aulas, aunque sea con restricciones y medidas preventivas.
Los chamacos, por lo general, no tienen conciencia total de lo que significa esta enfermedad.
Se les hace fácil juntarse con sus amiguitos, prestarse los juguetes, quitarse los cubrebocas y agarrar cualquier cosa que tengan delante.
En países donde los estudiantes regresaron a clases, la tasa de contagios aumentó.
Hay organismos y sectores de la Sociedad Civil que se oponen al retorno a las aulas.
“Vamos a enviar a nuestros hijos al matadero”,-aseguran algunos.
Los adultos, de alguna manera, podemos soportar el tormento de estar en cama varias semanas, de estar intubados o de sufrir problemas respiratorios, pero no me imagino la situación cuando se trata de niños pequeños. Debe ser horrible y causar una angustia tremenda a los padres.
La tercera ola de COVID-19, si el virus sigue con el comportamiento que se ha observado en lo que va de la pandemia, podría estar bajando su curva a mediados de septiembre o principios de octubre, cuando las temperaturas son más templadas y la movilidad humana disminuye.
Yo no soy especialista, pero he sido testigo del comportamiento del agente viral a lo largo de más de año y medio.
Es seguro que la enfermedad no va a desaparecer a pesar de la escasa movilización, pero puede llegar a niveles tolerables en noviembre y diciembre.
Las pandemias más fatales que ha sufrido la Humanidad, cuando no teníamos vacunas, causaban la muerte de decenas de millones de personas y se prolongaban a veces por décadas.
Con toda posibilidad, una vez que se alcance un nivel de vacunación aceptable, solo se necesite reforzar cada año contra las nuevas cepas.
Tal vez podamos controlar y hasta erradicar las cepas originales, pero debemos entender que nos las vemos con organismos altamente mutantes, donde podrían surgir nuevas variantes más resistentes a las vacunas que nos llevarán a tomar medidas más extremas, quizá el aislamiento social por un tiempo prolongado.
Y entonces sí, nos va a cargar el payaso.
Viene el refrán estilo Pegaso: “Abstente de silvarla, puesto que es con entonación bucal).(No la chifles, que es cantada).