Por Pegaso
Recostado en mi mullido cumulonimbus, veo con preocupación el tono de histeria colectiva al que está llegando la división social que impulsa desde Palacio Nacional el Pejidente de todos los mexicanos.
Desde hace varios días, centenares de personas que forman parte de un grupo llamado FRENAA, tienen tomado el Zócalo de la Capital de la República.
Lo más probable es que han sido pagados por los empresarios y enemigos políticos que tiene ALMO, quienes durante muchos años fomentaron la corrupción en el País.
Pero mientras aún tenga la mayoría de mexicanos apoyándolo como autómatas, o como ocurre en la laureada película “La Naranja Mecánica” (Estrenada en 1971, con Dirección de Stanley Kubrick y la actuación de Malcom McDowell, Patrick Magee, Adrienne Corri y Miriam Karlin), mediante un lavado de coco con la Técnica Ludovico, el Peje del Ejecutivo Federal debe sentirse relativamente seguro.
Más, cuando la aceptación baje, cuando en las redes sociales cada vez más y más personas empiecen a criticarlo y a rechazar la política del avestruz que ha implementado desde que tomó las riendas del Gobierno Federal, ahí sí hay motivo de preocupación.
Veo que se prepara una segunda guerra cristera.
Están todos los elementos necesarios para un enfrentamiento entre hermanos… no, entre chairos y fifíes, porque eso es lo que somos ahora los mexicanos.
Un peladito con un cartelón que decía: “ALMO, Cristo no te quiere”, dio la vuelta al mundo y podría representar el preludio de una asonada, revuelta, insurrección, sedición o rebelión.
El periódico ABC de España, en su edición digital, relata que “la Revolución mexicana (1910-1922) había desangrado al país; y cuando comenzaba a recuperarse, estalló uno de los conflictos civiles más sangrientos de la historia: La Guerra de los Cristeros. Los laicos callistas (seguidores del presidente Plutarco Elías Calles) y los católicos se masacrarían los unos a los otros, tras la reforma constitucional del Gobernante; en la cual se atentaba contra el principio liberal promulgado por Benito Juárez en 1860: La Ley de Libertad de Culto”.
Ya no estamos en esos tiempos, por supuesto, pero igualmente se vivía en una sociedad muy polarizada. Basta un primer incidente para que, como piezas de dominó, se genere una reacción en cadena que despierte a la bestia.
Hace mal el Pejidente en seguir y seguir y seguir todos los días echando más leña al fuego con eso de condenar a todo aquel que no piense como él.
Si bien es cierto que no ha habido hasta el momento represión física o legal contra los que se atreven a llevarle la contra, a final de cuentas eso no hace falta, porque cada palabra que sale de su ronco pecho es un dogma de fe para sus seguidores, que de esa forma satanizan a los que difieren de sus políticas.
Basta una chispita para encender al país.
Eso debe saberlo el propio mandatario.
Fomentar el odio desde lo más elevado del Gobierno de la República debía ser considerado como un asunto de seguridad nacional.
Veía yo que llegaban contingentes de personas al Zócalo capitalino para hacer una enorme valla entre los manifestantes de FRENAA y el Palacio Nacional.
Bastaría sólo una palabra o un gesto del gran Tlatoani para que ocurra una batalla campal, a pesar de la vigilancia de granaderos, policías y guardias nacionales.
El semáforo está en rojo, porque en lugar de buscar una solución incluyente, vemos a diario la sonrisilla traviesa, pícara, socarrona del Pejidente cuando se refiere a sus enemigos, que para él son los enemigos del Pueblo.
Uno de los métodos más utilizados por los grandes charlatanes y líderes religiosos del mundo para manipular mejor a sus seguidores, es inventándose un enemigo poderoso. En el caso de las iglesias, El Diablo. En el caso de ALMO, quien no está de acuerdo con él.
Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “Si no compartes mis convicciones, te constituyes en mi adversario”. (Si no estás conmigo, estás contra mí).