Por Pegaso
Andaba yo volando allá, cerca de la carretera a Río Bravo, donde llamó mi atención un anuncio panorámico con la leyenda: «Todos tenemos derecho a la educación».
Eso no tendría nada de raro, sino que la fotografía que acompaña el mensaje es de un jovenazo con más tatuajes que un Mara Salvatrucha y ataviado cual maruchero de Super Siete.
Sí. Todos tenemos derecho a la educación, pero hay muchas personas que por circunstancias socioeconómicas no tienen acceso a la escuela.
La pobreza extrema, la violencia intrafamiliar, el vivir en un ambiente criminógeno, representa una bomba de tiempo para los miles, millones de niños que crecen con un arraigado rencor hacia el resto de la sociedad.
Siendo aún párvulos, observan al puntero del barrio cómo se gasta el dinero en coches lujosos, en mujeres y en joyas, y entonces, la única idea que prevalecerá en su mente en los siguientes años es llegar a ser como ellos, a seguir ese modelo. Se olvidan de la escuela, del trabajo y de las leyes.
Una persona que abandona la escuela desde joven está condenada a dos cosas: A vivir en la más absoluta pobreza o a delinquir. Y en nuestro tiempo delinquir equivale a sumarse a las filas de la delincuencia organizada.
No por nada se considera que por lo menos las dos o tres últimas generaciones de chavos que viven en colonias con alta incidencia delinctiva, están perdidas.
¿Qué pasaría si de pronto todos ellos, me refieron a los grandes capos de los cárteles, a los sicarios, a los jefes de plaza, a los punteros, radieros y marucheros se les ocurriera que sería buena idea reanudar sus estudios y seguir una carrera universitaria, como sugiere el panorámico?
Pronto veríamos a las universidades «patito» repletas de changos armados, llegando a clase en carrazos con adornos nacos, acompañados con sus respectivas buchonas.
En lugar de sonar el timbre para el recreo, se pondrían canciones de El Komander, en lugar de festejos del día de la madre o del padre se organizarían unas pedas de miedo con mucho tequila y wisky en cada salón de clase.
Ellos, los malosos, tendrían garantizada una calificación sobresaliente en cualquier materia, ya que ningún maestro se atrevería a ponerles un cinco, por temor a un levantón o una tableada
¿Y cuáles serían las carreras más demandadas? Ahí les va:
-Ingeniería Química Industrial, para mezclar mejor los químicos y obtener un producto de mejor calidad.
-Ingeniería en Tecnologías de la Información y Sistemas, para intervenir teléfonos y hackear de manera más eficiente las computadoras de cualquier panochón que quiera pasarse de v… de listo.
-Licenciatura en Comercio Internacional, para aprovechar la logística de transporte y optimizar las relaciones con los clientes del extranjero.
-Criminología y Criminalística, para conocer mejor los métodos policiales y evadir la acción de la justicia.
-Contaduría y Economía, para invertir mejor las utilidades y evitar el pago de los molestos impuestos.
Las posibilidades son infinitas, y un delincuente bien educado es otra cosa.
Resulta que un señor estaba sentado cómodamente en la sala de su casa, viendo televisión, cuando de pronto escucha que tocan el timbre de la puerta.
Se asoma a la ventana y ve a un individuo impecablemente vestido, con un traje sastre color azul, su corbata bien anudada y un maletín en la mano.
Sin desconfiar, abre la puerta y le pregunta:
-¿Qué se le ofrece, joven? Y el aludido contesta:
-¿Señor Pérez? Soy el comandante T. Mata, sicario del cártel del Istmo. Con mucha pena le comunico a usted que ha infringido nuestros muy estrictos códigos de ética profesional. Le ruego que me acompañe. Las instrucciones que traigo de mis superiores son las de trasladarlo hasta un lugar solitario, propinarle algunos golpes que le causarán molestias corporales y obtener la valiosa información que sabemos nos va a proporcionar. Después de eso me veré en la penosa necesidad de dispararle en la cabeza y en el tórax hasta que se extingan sus signos vitales. No tiene de qué preocuparse. Inmediatamente después daremos aviso a las autoridades para que acudan a recuperar su cuerpo, lo entreguen a su familia y le den cristiana sepultura.
Responde el señor Pérez:
-¡Hombre, qué diferencia! Así ni quien se niegue.
Un delincuente bien educado no tendría que verse en la vergonzosa necesidad de hacer declaraciones o de dar testimonios a las autoridades con las feas y corrientes expresiones que acostumbran.
Y en lugar de gritar: «Ahora sí, ya te llevó la chingada», podría decir, con un tono de voz suave: «Afirmativo, en este mismo instante ha sido usted trasladado por el adjetivo que denota algún daño o perjuicio».
O cuando da indicaciones a un subalterno para que ejecuten a un contrario: «¡A éste cabrón pártele su madre!», tendería a utilizar una expresión más elegante: «¡A este individuo, semejante a un macho cabrío, fractúrale a su progenitora»!
También podría presumir de un léxico menos rústico si en lugar de decir: «Vamos a pelotearnos con los olivos» dijeran: «Procedemos a intercambiar fuego con los elementos del Glorioso Ejército Mexicano»
¿Ven? ¡Qué diferencia!
Los dejo con el refrán estilo Pegaso: «El esmerado aprendizaje ético se succiona en el hogar». (La educación se mama en la casa).