Por Pegaso
Andaba yo volando allá, cerca de la plaza principal Hidalgo, viendo que la gente ya sacó su ropita de frío después de sentir el primer cambio de clima.
Y después, mientras tomaba un rico café lechero en un restaurant que se encuentra ahí cerquita me puse a pensar en el espinoso caso del ex gobernador de Tamaulipas, Eugenio Hernández Flores, quien podría pasarse una buena temprada entambado si sus abogados no son lo suficientemente hábiles para comprobar que la compra del terrenito en Altamira era sólo una inocente broma.
A mí, como Pegaso filósofo, me gusta analizar la naturaleza humana, y siempre me ha llamado la atención las reacciones que tiene el ser humano en diferentes circunstancias de la vida.
Pongamos por ejemplo lo siguiente: Un individuo que repentinamente, a causa de su buena suerte o su cercanía con encumbrados políticos, se ve de pronto envestido como candidato al Gobierno de su Estado natal, en este caso, Tamaulipas.
Más pronto que inmediatamente empiezan a rodearlo una nube de lambiscones dispuestos a bolearle los zapatos y arreglarle la corbata con tal de tener una chamba en la siguiente administración.
La fila interminable de lamehuevos se postra ante él, jurando lealtad y amor eterno al nuevo mandamás. Éste gana la elección y se convierte en Gobernador. Empieza a repartir secretarías, subsecretarías, direcciones, coordinaciones y todos los demás puestos que puede haber en un obeso gabinete.
Total, para no hacerla más larga, llega el fin de sexenio y algunos de sus fieles colaboradores empiezan a mostrarse incómodos, a coquetear con el que sigue y a querer cambiar de equipo, así sea de la oposición o del mismo partido.
(Hay unos tan hábiles que pueden dar un triple salto mortal y caer de pie sin despeinarse).
Termina el viejo gobierno y empieza el nuevo.
El ex goza de un período más o menos tranquilo, donde se dispone a disfrutar de la fortuna que pudo amasar durante su mandato. Sin embargo, sabe que a mediano o largo plazo puede haber consecuencias por los pecadillos cometidos a la sombra del poder, y siempre se mantiene a la defensiva por si hay que salir corriendo.
Con el tiempo y un ganchito empiezan a salir a la luz pública algunos detalles: Que la compra de un terrenito, que el uso indebido de recursos públicos, que el lavado de dinero, que la asociación delictuosa…
De pronto, aquel que se vio en la cumbre ahora está en el suelo, rovolcado en el estiércol, sin nadie que le limpie los zapatos.
¿Y sus amigos y compadres? ¿Y sus fieles colaboradores? ¿Dónde está la secretaria que le echaba ojitos y dejaba que le diera de nalgadas? ¿Dónde el compadre que hizo negocios fabulosos bajo su protección?¿Dónde los jilguerillos que anteriormente lo alababan y ahora lo vituperan?
De pronto, se ve solo.
Ya no es el Señor Gobernador Constitucional del Estado Libre y Soberano de Tamaulipas.
Ahora es simplemente «El Geño», un político venido a menos que deberá retornar una buena parte de lo que se agenció de manera indebida. El «vómito negro», le llaman algunos.
Hay casos más light, donde el ex gobernador salió relativamente bien librado porque no hubo acusaciones bien sustentadas en su contra luego de dejar el poder.
Uno de los que recuerdo es el de Manuel Cavazos Lerma.
En su tiempo, impulsó un faraónico proyecto conocido como «el Canal Intracostero», que resultó ser un fiasco, y que sólo los estudios y asesorías costaron un buen billete al erario público.
En cierta ocasión, meses después de dejarle la gubernatura a su sucesor, Tomás Yarrington, vi a Cavazos Lerma solito, sentado en una silla del aeropuerto internacional de Reynosa, sin un solo lambiscón a su lado.
Yo pensé: «Voy a saludar a este hijoesú a ver qué se siente». Le extendí la mano y me contestó el saludo, sin saber siquiera de quién se trataba.
En el caso de «El Geño» (¿Ven? Ahora todos usamos el apodo en lugar del nombre completo), sólo hay tres posibilidades: O que salga libre y más puro que una monjita del Instituto Colón, que se quede un rato en chirona o que sea deportado a los Estados Unidos.
Dada la situación legal del inculpado, ahora todo mundo lo niega, incluso aún sus más allegados, amigos, colaboradores y compadres.
Parte de la naturaleza humana, y del mexicano con mayor razón se resume en la siguiente frase: «Muerto el Rey, ¡Viva el Rey!»
Por eso aquí nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: «La fuerza de impacto es directamente proporcional a la altura alcanzada». (Cuanto más alto vueles más dura es la caída).