Por Pegaso
Tras bajar de mi nubecilla viajera, ayer, me fui a tomar un rico café lechero con unos amigos, y así, platicando sobre diversos tópicos, llegamos al tema de las extorsiones telefónicas.
Este tipo de delitos, huelga decir, siguen estando a la orden del día, aún en la 4T, posiblemente porque a las abuelitas de los malandrines no les ha llegado el mensaje del Pejidente para que les jalen las orejas y hagan que se porten bien.
Sea como sea, el caso es que muchos siguen recibiendo llamadas amenazantes de sujetos que cuentan con datos concretos del potencial “cliente”.
Primero indagan todo lo relacionado con la víctima: Dónde vive, cuántos son de familia, qué bienes posee, cuánto recibe en sus cuentas bancarias, su CURP, a qué equipo le va y hasta de qué se va a morir. La persona, al escuchar todos esos datos, ve que la amenaza es real, y entonces, entra en pánico. Lo más probable es que bajo ese estado de tensión, caiga redondito y acceda a todas las peticiones que les hagan los delincuentes, generalmente de tipo monetario.
Quienes así operan no distinguen entre ricos y pobres. Antes, eran más selectivos y tenían como objetivo a los empresarios ricachones a los que ni cosquillas les daba deshacerse de diez o veinte millones de devaluados pesos.
Pero, ¿a la gente jodida?
Yo, por lo pronto, ya tengo un argumento para cuando reciba la temida llamada telefónica de extorsión.
Le diré a mi interlocutor que estoy más empobrecido que José José, cuando Sarita le quitó toda la lana que tenía.
Pienso contarles que soy de familia humilde y que no tuve oportunidad de tener estudios universitarios para salir adelante en la vida.
Mi familia era tan pobre, pero tan pobre, que cuando pasaba el camión de basura, en lugar de pedirle que se llevara el bote, le pedíamos que nos dejara tres.
Éramos tan pobres que en la casa comíamos a la carta.
Sí. No se asombren. Comíamos a la carta. El que sacaba la carta más grande era el que comía ese día.
Mi padre ganaba tan poquito que todas las noches ofrecía un peso al que se quedara sin cenar, y por la mañana uno tenía que devolverle el peso si quería almorzar.
Soy tan pobre, tan pobre, que al igual que a muchos mexicanos, el insaciable fisco me quita más del 35% de lo que gano para invertirlo en un obeso e ineficiente aparato burocrático, en servicios pésimos y en obras insufribles.
Que se vayan a extorsionar a los diputados y senadores, que ganan sentaditos y sin despeinarse más de cien mil pesos mensuales, sin incluir las dietas y compensaciones; que roben a los ministros de la Suprema Corte, que obtienen hasta 600 mil pesos por mes, aparte de los cochupos que reciben por manejar a su antojo la Ley, o a los consejeros del INE, que ganan sueldos estratosféricos por amañar las elecciones.
Los dejo con el refrán estilo Pegaso: “Miserable desposeído, que está imposibilitado de acudir al Paraíso; es vulnerado en este lugar y vilipendiado en aquel otro”. (Pobre del pobre, que al cielo no va; lo chingan aquí y lo chingan allá).