Por Pegaso
Estaba yo repostando en mi mullido cumulonimbus, revisando los mensajes que diariamente llegan a mi celular por cada uno de los chorrocientosmil grupos de wasap en los que estoy, cuando vi un video que me llamó mucho la atención.
Un jovenzuelo de no más de dieciocho años, con cachuchita halconera, camiseta negra y cara de maruchero decía que iba a ¿cantar? un rap de su autoría, relacionado con las condiciones actuales de violencia que se viven en Reynosa.
Luego del preámbulo, empieza a rapear con un estilo que le envidiarían el propio Eminem o Snoop Dog, haciendo todas las gesticulaciones y señales que se acostumbra en ése tipo de interpretaciones.
Fuera del estilacho y fuera de que el chavo retratara la verdad de lo que se vive en la ciudad, yo quise armar algo de polémica al criticar la facha del adolescente (Ojo: La facha, no el talento ni la belleza interior que pueda tener el aludido).
Tras escuchar la rítmica actuación, mi comentario fue el siguiente: «Todos somos copartícipes de la violencia, incluyendo el raperín de cachucha halconera, con su facha de pandillero».
Segundos después vino la respuesta que esperaba y que, por cierto, apoyo sinceramente: «Independientemente de que juzguen al chamaco por su apariencia hay que reconocer la razón de sus palabras en su canción y el grito de la juventud».
Me gustó la frase. La incluiré en mi álbum particular de sentencias célebres para utilizarla cuando la ocasión lo amerite.
Por lo pronto, quiero hacer una crítica sana de esos chavos que se lanzan a las calles a rapear y después una apología de su talento.
Va la crítica: El chavalón en comento viste como un típico rapero: Cachucha y camiseta negra, hace gesticulaciones propias de un rebelde sin causa y utiliza señales de las manos de manera idéntica a como lo hacen los cantantes profesionales de rap.
La contradicción aquí está en el crucifijo cristiano que lleva al cuello. Se me figura, y alguien me puede corregir, que difícilmente los cánones de la Iglesia Católica o de cualquier fe que se basa en el amor y la fraternidad pueden aprobar ese género musical que salió de las comunidades negras de Harlem.
El rap es un himno a la rebeldía, al anarquismo. Sólo basta entrar a Google y teclear la palabra para conocer la historia detrás de ese feo y cacofónico estilo.
La apología: El chaval realmente siente lo que dice y se nota por las gruesas lágrimas que le salen al terminar su interpretación y al decir las palabras finales.
Yo recuerdo en una ocasión, cuando estaba con mi Pegasita cenando en una fonda que está allá, por el boulevard Las Fuentes. Entraron dos muchachos, quizá uno de ellos era éste mismo, y se pusieron a improvisar de manera asombrosa, mesa por mesa.
Uno de ellos decía algo del comensal que estaba sentado en la mesa, degustando su pozolito con tostadas y el otro le respondía con algún detalle que veía, por ejemplo, el color de la camisa o el plato que estaba consumiendo el cliente.
En la juventud de Reynosa hay talento. Habría que encausarlo de mejor manera y evitar los juicios superficiales en torno a la apariencia.
Por desgracia, una de las más arraigadas costumbres del ser humano es, precisamente, juzgar el aspecto.
«Como te ven te tratan»,-dice el viejo aforismo.
Esa característica cruel de las personas se refleja más en la etapa de la niñez, pero prevalece en la juventud y en la edad madura.
Hay una película que se estrenará en noviembre llamada Extraordinario.
Es la historia de un niño de 10 años con una deformidad facial que le impide asistir a una escuela común, donde sus compañeritos hacen mofa de su apariencia.
En el transcurso de la película les va mostrando su belleza interna que opaca por completo la apariencia monstruosa de su cara.
Así pues, nos quedamos con el refrán estilo Pegaso que dice: «La afirmación verídica se abstiene de violentar los mandamientos divinos, sin embargo, es causa de inquietud». (La verdad no peca, pero incomoda).