Por Pegaso
Andaba yo volando allá, por la candente estratósfera de Reynosa, esperando los primeros frescos del otoño, que ya tenemos en puerta.
Luego, ya en mi búnker, me puse a repasar las redes sociales y la Internet para conocer las tendencias más recientes de este mundo loco en el que nos ha tocado vivir.
Ya he dicho en anteriores ocasiones que nada me sorprende, sin embargo, lo que ví en la pantalla de mi computadora me dejó perplejo, anonadado, patidifuso y algo apendejado. ¿Saben qué era? (Nota de la Redacción: ¡Quéeeee!) No lo sé, no lo sé, puede ser, quién sabe, a lo mejor, tal vez… (Nota de la Redacción: Aquí le cortamos porque nuestro colaborador repite la pregunta tres veces, igualito que Capulina).
Una novedosa, loca, estrambótica y nunca antes vista moda empieza a cundir en las principales ciudades del mundo. Se trata de personas relativamente normales que se visten como animales y actúan como tales.
Se conoce como furry fandom a esa moda que consiste en ataviarse con disfraces de animales antropomorfizados, es decir, como en los dibujos animados o en el cine. Hay quien se viste de gatita, de tigre, de cebra o de ratón. La diferencia con una botarga es que los furry se colocan la cabeza del animal de su preferencia pero el cuerpo sigue siendo de un humano, vistiéndose con un traje muy ajustado que resalta los atributos femeninos y masculinos.
Por esa razón muchos los critican y los califican como zoofílicos.
Veía también en un canal de televisión cómo hay individuos que se creen verdaderamente animales, no como los furry que sólo se disfrazan, sino que éstos se mutilan y modifican su cuerpo para parecerse a un gato, un dragón o un jaguar.
Locura semejante no había visto el mundo desde que Calígula mandó coronar emperador a su caballo y luego le prendió fuego a Roma.
Si alguno de mis dos o tres lectores quieren saber más de la moda furry, váyase a Internet y teclée el nombre en Google o en otro buscador y ahí aparecerán esos animalitos de la Creación, mostrándose en público sin temor ni pudor alguno.
Sé que el ser humano, víctima de la monotonía, busca ser diferente a los demás, llegando a juntarse con otros individuos igual de locos que ellos para formar comunidades enteras, tribus urbanas que aparecen de la nada, buscando que se les reconozcan su derecho a la diversidad… ¡Pero no jodan! ¿Por qué no lo hacen en el sótano de su casa?¿Por qué tienen que salir a la calle a lastimar las pupilas de los demás?
Si algún furry está leyendo esta columna, transmítale esta humilde petición al resto de sus congéneres.
El mundo se los agradecerá.
Y termino mi colaboración con el refrán estilo Pegaso: «Cada demente con su argumentación». (Cada loco con su tema).