AL VUELO/ Go

Por Pegaso

Durante las primeras fases de la pandemia, cuando apenas había unos cuantos casos aislados, mucha gente permanecía incrédula acerca del coronavirus.

“¿Conoces a alguien con COVID-19? Yo no”,-fue una de las frases más populares. Y por eso, muchos salían a la calle sin cubrebocas o se reunían con los cuates para echar relajo.

Pero cuando en una comunidad como la nuestra sobrepasa los 500 casos, entonces sí, empezamos a saber de conocidos, amigos o vecinos.

Ahora lo que traen de moda los escépticos es que en los hospitales, cuando entras por cualquier enfermedad, resultas con coronavirus.

Si vas para atenderte de moquillo, coronavirus. Si te da pujo, coronavirus, si traes reumas, coronavirus.

Y para todo, siempre terminas en el área COVID, como le pasó a mi amigo Sergio Fabela, que necesitaba de atención urgente por añejos padecimientos relacionados con la diabetes y lo querían tener en el área para enfermos de coronavirus.

Entras caminando y sales con los pies por delante,-dicen.

A estas alturas, aún cuando especialistas aseguran que la tasa de positividad es de más del 56% en México, es decir, que por cada cien pruebas que se hacen salen positivas 56, aún hay incrédulos que dicen: “A ver, que me dé a mí el coronavirus a ver si es cierto”.

Esa última expresión no la había escuchado. Se la fusilé a mi befa Rosalía Quintá, cuando la dijo ayer en su noticiero de Oie 92.1 FM, que se transmite a la una de la tarde.

La historia ha demostrado que las masas ignorantes nunca tienen la razón, como cuando el 99.99% de la población mundial creía que la tierra era plana.

Ahora sólo quedan algunos loquitos que siguen teniendo esa idea. Se llaman a sí mismo terraplanistas.

¿Por qué, entonces, la gente tiende a pensar que el coronavirus no es real?

Quienes conocen el juego chino del Go pueden responder muy bien a esa interrogante.

El juego, que utiliza principalmente la estrategia, se desarrolla sobre un tablero de 19 por 19 cuadros. Se utilizan piezas circulares blancas y negras. Consiste en colocar las piezas en las intersecciones de las líneas, no en los cuadros y gana quien rodee más piezas del contrario.

Escoja una intersección, la que quiera, con la condición de que sólo usted sepa cuál es.

Los jugadores empiezan a colocarlas sobre el tablero. Mientras sean pocas piezas, será difícil que alguna se ubique cerca de la intersección escogida. Pero en cuanto sigue subiendo la cantidad, la posibilidad de que se coloquen cerca de su intersección aumenta.

En un momento dado, cuando las piezas son demasiadas, alguno de los jugadores colocará una en la intersección vecina, o, eventualmente, en la que usted había escogido.

Así ocurre en la vida real con el coronavirus y con otras enfermedades contagiosas.

Cuando el VIH se hizo pandemia, nadie creía que podría infectarse y se hablaba que era falso, hasta que conocidos artistas, vecinos y amigos empezaron a desarrollar la enfermedad. Actualmente son millones de seropositivos alrededor del mundo.

Con el COVID-19 pasará lo mismo.

Llegará un momento que, como en el juego de Go, habrá tantas piezas que será más fácil contagiarse que permanecer sano.

De hecho, las proyecciones de especialistas señalan que, tarde que temprano, al menos el 70% de la población mundial contraerá el coronavirus, de los cuales, entre el 5 y el 10% perecerán, a causa de su débil sistema inmune, tales como los diabéticos, hipertensos, obesos, enfermos de VIH, tuberculosos, etc.

La enfermedad existe.

Pero eso sí. No sé por qué me da un tufo de que fue algo creado artificialmente para reducir la población mundial, tal como recomendaba Malthus y que ahora organizaciones como Lucis y el Club Bilderberg están llevando a la práctica.

Va el refrán estilo Pegasiux: “De lo contrario, a la danza nos dirigimos”. (Si no, pa’l baile vamos).

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