Por Pegaso
Hace un año que yo tuve una ilusión, hace un año que hoy se cumple en este díaaaaa…
Sí, recostado en mi mullido cumulonimbus, durante la tormenta del lunes, recordaba cuando me inscribí en el Instituto Isima para ser cocinero, aunque lo reconozco, no llegué ni a pinche.
Y es que no pude trabajar en equipo con una presión semejante a la que tiene la Selección Mexicana cuando va perdiendo contra el equipo de la banca de veteranos ciegos de futbol amateur.
Sencillamente no era lo mío, aparte de que el chef Ever Rivera a diario nos decía que eso no era nada, que en una cocina de a deveras se tiene que trabajar a veces en jornada de doce o quince horas sin descansar.
Yo había comprado mi filipina, mi gorro, mi mandil, mis caballos, mi cuchillo profesional y mi tabla de picar. Por cierto, si alguien del Instituto Isima que acaba de entrar aún no tiene el atuendo, yo se lo puedo proporcionar de a grapa.
Pero después de todo, la cocina me apasiona.
Dentro de mis investigaciones culinarias he desarrollado las recetas de algunos platos fusión mexicanos.
El resultado ha sido verdaderamente digno de un gourmet.
¡A un lado, Bobby Flay! ¡Quítate de mi camino, Donato Di Santis! ¡Fuera, Benito Molina, que aquí llega Pegaso con sus delicias gastronómicas que harán chuparse los dedos de los pies al más exigente comensal.
El primero se llama Barbudo. Se toma un plato sopero, se vierte la mitad de barbacoa y la mitad de menudo. Es un manjar de dioses.
El segundo lo he llamado Menole. En un plato hondo se mezcla media porción de menudo y media de pozole. Lo recomiendo para la cruda… realidad.
El tercero y no menos apetitoso es el Moludo. En plato amplio, sírvase una generosa cantidad de salsa de mole, pero en lugar de pollo, agregar la pancita de res bien cocida, con su orégano y su cebollita bien picada.
Un postre que no puede faltar en toda mesa mexicana a partir de ahora es el Churroñuelo. Tómese la masa para hacer buñuelos, extiéndase, enróllese y fríase en aceite, hasta que dore. Posteriormente rocíese con canela y azúcar.
La cocina fusión autóctona no es idea mía, claro. El año pasado se me adelantó un avispado panadero a quien se le ocurrió la idea de juntar una mantecada con una concha y le puso el nombre de Manteconcha, que ahora incluso es comercializada por la empresa Bimbo.
Dada el éxito de ese producto, no sé por qué no siguió con otras delicias de la repostería, como la Rosconcha, una rosca con costra de azúcar encima, o el Marranillo, un pan blanco con forma de cerdito, o la Panquenada, una empanada en forma de panqué rellena con jalea de fresa, piña o cajeta.
Ya que todas estas ideas valen un billete, mañana mismo iré a la Oficina de Registros de Derecho de Autor a solicitar la exclusividad de las mismas.
Mientras tanto, vámonos con el refrán estilo Pegaso: «¡Exclusivamente prolongaciones óseas del cráneo». (¡Puros cuernos!)