Por Pegaso
Andaba yo volando por el caluroso y sofocante cielo de Reynosa, cuando me di cuenta que el coronavirus ha sacado lo mejor, pero también lo peor del ser humano.
Mientras algunos realizan acciones altruistas, otros aprovechan para aumentar los precios de los productos de mayor consumo.
Muchos hemos vivido la siguiente situación: Cuando algún familiar o amigo se enferma de COVID-19, empieza un verdadero viacrucis, primero, para hallar un hospital que esté dispuesto a recibir al paciente, que se está ahogando con sus propios fluidos y no puede respirar.
Segundo, el enfermo dice que no quiere entrar al hospital porque lo van a entubar y a matar.
Tercero, que después de eso, los familiares tienen que regresarse a seguir buscando dónde demonios lo pueden atender.
Cuarto: Alguien les recomienda que de inmediato busquen un tanque de oxígeno, y aquí inicia otro cansado peregrinar, hasta que algún alma caritativa les señala un lugar donde pueden conseguirlo.
¡Ahhhh! Pero cada tanquecito de oxígeno cuesta un güevo, así que la familia tiene que vender algunos de sus bienes o hacer una coperacha entre los cuates para poder sufragarlo.
A final de cuentas, la vida del enfermo pende de un hilo, como ha pasado con nuestro colega y amigo Gil Vicente Galindo, reportero del periódico Valle del Norte, quien lucha denonadamente contra esta terrible enfermedad desde su propio domicilio.
Es loable ver a personas como Mauricio De Alejandro, un joven político que está mostrándole a los demás el camino de la solidaridad, o sentir el humanitarismo de don Raúl López López, copropietario de las Farmacias López, y tantos otros que están al pendiente de nuestro amigo, el muy querido Gil Galindo.
Por otro lado, hay que deplorar que una gran cantidad de comerciantes mezquinos han preferido lucrar, antes de levantar un dedo a favor de los demás.
Lo vemos con el precio de los alimentos, de los enseres para el cuidado de la salud, de los medicamentos y de muchos artículos más que son de urgente necesidad, pero que en menos de un año han duplicado su costo.
¡No se vale! Y menos ahora que la gente empieza a padecer hambre por que las empresas rebajaron el salario al 50% o definitivamente, dejaron de pagar.
La pandemia durará todavía un buen rato. Unos tres meses… no, menos, uno o dos años más, así que tarde o temprano nos tocará a todos, o a casi todos.
La esperanza está en que pronto se puedan tener en el mercado una vacuna y un tratamiento realmente efectivos contra el COVID-19.
Pero nuevamente surge el tema: Los darán a precio de oro.
Si tan solo hacerse la prueba representa desembolsar varios miles de devaluados pesos, no me puedo imaginar cuánto podrá costar la vacuna, ya puesta en los estantes de las farmacias.
Otra cosa que he podido observar de esta pandemia: A nivel mundial el índice de mortalidad por COVID-19 ronda el 5%, mientras que en México supera el 11%.
¿Por qué ocurre eso?¿Algún castigo divino por irle al América?
¡No! Para nada. Son nuestros desordenados hábitos alimenticios. México tiene uno de los índices de obesidad más altos del mundo, y con ella vienen la diabetes y la hipertensión.
Cerca del 80% de los pacientes que fallecen corresponden al grupo de personas con largo historial de enfermedades asociadas al Síndrome Metabólico.
Si salimos de esta, habría que cambiar nuestros hábitos alimenticios y bajarle a los tacos de carnitas, de chicharrón, de nana, buche y nenepil; a las sincronizadas, a la barbacoa los domingos, a las ricas chelas, a los calóricos chescos y a las tortillas de harina.
También será necesario someternos a un régimen de ejercicio para fortalecer el sistema circulatorio y el respiratorio.
Los dejo con el refrán estilo Pegaso: “A torrente hidrológico turbulento, utilidad de individuos dedicados a la actividad pesquera”. (A río revuelto, ganancia de pescadores).