Por Pegaso
Corría la década de los setentas. En una estación de radio, no recuerdo si la KGBT o alguna otra del Valle de Texas, se escuchaba la voz aguardentosa del Hermano Galván.
“Ponga su mano en la radio y sentirá el poder de Cristo-Jesús”,-decía aquel apóstol de la fe.
De alguna manera, ese programa de radio fue punta de lanza para que, años después, empezaran a popularizarse las sectas y representaciones religiosas.
Ya entrado el año 2 mil, aquello se convirtió en un verdadero fenómeno, cuando la acartonada y monetizada Iglesia Católica empezó a perder feligreses por legiones.
La situación fue aprovechada por pentecoteses, testigos de jehová, mormones, cristianos, bautistas, evangelistas y luteranos, los cuales utilizaban nuevas técnicas para atraer y mantener a los fieles.
Surgieron denominaciones como la Luz del Mundo, La Visión de Dios, Iglesia Ben-Ezer, Cristo Viene, El Buen Pastor, Gracia de Dios, Victoria en Cristo, Palabra de Vida, Aguas de Río Vivo, Dios es Amor y muchas más, con nombres igual de rimbombantes.
No tiene nada de malo que existan muchas denominaciones, porque después de todo, obedecen a la ley de la oferta y la demanda. Es decir, que si la Iglesia Católica tuvo cada vez menos demanda de la población, surgieron otras instituciones que ocuparon ese importante y redituable nicho.
Me encanta todo eso porque en cada iglesia se practica un ritual diferente, de acuerdo a la interpretación que de los mandamientos de la Biblia hace cada pastor.
En una iglesia, por ejemplo, el pastor promete la salvación eterna a las mujeres que se sometan a un sencillo ritual, que consiste en que se les rasure el vello público.
Y ahí tienen al sacrificado ministro, con una maquinilla de afeitar, levantando la falda de las mujeres para que se ganen un lugar en el cielo.
No se sabe por qué las mujeres más jóvenes y hermosas son las que más fácilmente pueden acceder a ese glorioso beneficio espiritual, pero el religioso tiene un chorro de creyentes dispuestas a alcanzar las puertas celestiales.
No es nada raro que de pronto aparezca en algún noticiero que el ministro fulano de tal religión cuenta con una costosa residencia, una limusina de lujo para su transporte personal y un avión privado, “para estar más cerca del Señor”.
Lo bochornoso es cuando le preguntan cómo le hizo para tener todos esos bienes terrenales, con apenas un sueldito que le otorga la comunidad religiosa que representa.
Otros pastores piden sacrificios a su rebaño. En la iglesia “Pare de Sufrir”, los fieles tienen la posibilidad de lograr la salvación de su alma si están dispuestos a donar grandes cantidades de dinero, vehículos y hasta casas, dependiendo de los pecadillos que hayan cometido.
Si quieren ser salvos, tienen que agradar a Dios con un acto de desprendimiento, porque recordemos que “pasará más fácil un camello por el ojo de una aguja a que un rico entre al Reino de los Cielos”.
Hay de todo, como en la viña del Señor, dice la Biblia, pero en la vida real como que exageran estos ministros de la religión.
Los hay que expulsan demonios, que curan enfermedades en pacientes desahuciados, que hacen caminar a los cojos y ver a los ciegos.
Como en un espectáculo circense, hay pastores que se ponen de acuerdo con sus más cercanos feligreses para escenificar curaciones imposibles.
Algunos, para mostrar el poder de su fe, hacen caer o desmayarse a alguien sin siquiera tocarlo.
Aparte de que en muchas de las ocasiones interviene la sugestión por el clima de adoctrinamiento que se vive en el interior de los templos, la verdad es que en la mayoría, por no decir la totalidad de los casos, no son más que viles fraudes, incluyendo las rasuradas genitales.
Por eso, mejor nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: “Al númen elevando preces y con el mallete propinando”. (A Dios rogando y con el mazo dando).