Por Pegaso
Tras mi vuelo vespertino por el Parque Cultural donde pude ahora sí entrevistar al Rector de la UAT, Pepe Suárez, me vine a mi búnquer para disfrutar de uno de mis vicios vintage favoritos: Escuchar una radionovela.
Llevo hasta este momento diez capítulos de la serie Kalimán contra la Araña Negra y realmente me siento transportado hasta aquella bella época en que soñábamos con tener los poderes mentales de El Hombre Increíble para luchar contra los villanos y decir: «Serrrenidad, serrrenidad y paciencia…, mucha paciencia».
No sé si haya algún estudio serio de eso, pero yo tengo la firme convicción de que cada pueblo, cada país, tiene los héroes de ficción a los que aspiran sus habitantes.
Estados Unidos tiene todo un panteón de superhéroes, como Supermán, Batman, El Hombre Araña, Ironman, El Capitán América y muchos más.
México tuvo una época dorada donde personajes como Kalimán, el Santo, Chanok y Fantomas hacían la delicia de chicos y grandes.
Cuando aquellos héroes llegaban a la pantalla, salíamos del cine sintiéndonos invencibles, o cuando leíamos las historietas impresas en color sepia, o en las radionovelas, con aquellas magistrales narraciones que nos hacían echar a volar la imaginación.
Eran tiempos en que México iniciaba un período de bonanza. Lo llamaron «el milagro mexicano». El dólar aún estaba a 12.50 pesos y ahí se quedó por mucho tiempo, hasta que después vino «El Perro» López Portillo y todo lo mandó al traste.
A partir de los ochenta empezaron a aparecer en la televisión y las revistas personajes torpes, chaparros y panzones, como El Chapulín Colorado, Aniceto, Hermelinda Linda o El Ratón Crispín.
Si es cierto como sospecho, que la gente se refleja en sus héroes de ficción, entonces fue en ese momento en el que empezamos a fracasar como país.
Cuando digo héroes no me refiero a los próceres de la patria. Las nuevas generaciones han perdido el respeto y el fervor hacia los prohombres que nos dieron democracia y libertad. Los chavos se suben a los bustos para pintarles bigotes a Benito Juárez y a Zaragoza, mientras las palomas se paran sobre la cabeza de Hidalgo para llenarla de caca.
No. Me refiero a los superhéroes.
¿Es grande Estados Unidos porque tiene personajes con superpoderes?
Supermán es invulnerable a las balas, tiene la capacidad de volar y posee superfuerza; Batman e Ironman tienen bonitos trajes que les confieren habilidades especiales, El Hombre Araña fue picado por un insecto y adquirió los poderes de éste y Hulk se convierte en un monstruo grande y verde porque fue expuesto a la radiación.
Durante la Primera Guerra Mundial surgen las llamadas historietas de cómic donde Supermán y El Capitán América se convierten en una especie de propaganda antinazi.
En la actualidad las franquicias cinematográficas donde aparecen esos superhéroes obtienen ganancias multimillonarias porque todos quieren ir a verlas y sentirse identificados con ellos.
Y como en México somos como los perros de rancho, que donde ladra uno ladran todos sin siquiera saber por qué, nosotros también vamos a las salas de cine y las llenamos cuando se presentan los más nuevos estrenos.
Los superhéroes gringos son chingones porque cuentan con superpoderes, están mamados y tienen sonrisa de modelo de pasta dental.
Los mexicanos, por el contrario, son débiles, descerebrados y feos.
Si comparamos, por ejemplo, a El Chapulín Colorado con Thor, vemos la abismal diferencia, aunque el primero tiene el Chipote Chillón y el segundo su martillo Mjoinir.
Pero antes de los héroes panzones teníamos al increíble Kalimán, que no le pedía nada a los personajes gringos y hasta podía patearle el trasero fácilmente a Batman.
Deveras, ¡cómo extraño esa bella época!
Sobre todo porque ahorita, si nos damos cuenta, no tenemos un sólo superhéroe que colme nuestros afanes aspiracionales.
El Chapo no cuenta, ¿eh?
Los dejo con la reflexión estilo Pegaso que a la letra dice: «No hay fuerrrza más poderrrosa que la mente humana; y quien domina la mente, lo domina todo». (El pinche Kalimán si era la pura cajeta).